sábado, 20 de junio de 2009

EL EVANGELIO SEGÚN
JUANJO LUCAS



Actualización del Tercer Evangelio





Juan Bosco Rey-Stolle





EL EVANGELIO SEGÚN

JUANJO LUCAS





Actualización del Tercer Evangelio





Juan Bosco Rey-Stolle






















©Juan Bosco Rey-Stolle, 2008
Erídano, 11
28905 Getafe (Madrid)
916 830 695
breystolle@yahoo.es

Nº de asiento registral: 16/2008/5657




Presentación

Hace veinte siglos, Lucas escribió el tercer evangelio. Hoy, un descendiente suyo lo reescribe siguiendo las mismas pautas del original. No es una invención, ni una interpretación personal al gusto del autor. Es el mismo evangelio de Lucas, hasta tal punto que seguirá las mismas divisiones de capítulos y versículos. Pero es el evangelio contado como si Jesús hubiese vivido hoy entre nosotros. El tercer evangelio es muy preciso en las coordenadas histórico-geográficas de la vida de Jesús. Éstas son precisamente las que ha cambiado Juanjo Lucas; pero con el mismo espíritu crítico de su predecesor. Jesús nace, vive, muere y resucita en nuestro mundo actual. Y sus apóstoles, amigos y adversarios viven hoy en nuestra sociedad. Podríamos ser tú y yo. Con esta visión, entra ya en estas páginas. Te encontrarás a Jesús por nuestras calles.



- - -






Prólogo (1,1-4)
Querido tío Lucas: muchos han emprendido la tarea de contar la vida de Jesús; unos, como tú, atendiendo a la verdad de los hechos, preguntando a los testigos presenciales e investigándolo todo con mucho cuidado; otros, como los apócrifos, dejándose llevar más por su imaginación y sus propias opiniones que por la objetiva realidad histórica. Yo, muchos siglos después, voy a reescribir tu evangelio, con tu mismo espíritu crítico, pero acomodándolo a las coordenadas históricas y sociales del momento actual. Así, los creyentes podrán comprobar la solidez de las enseñanzas que han recibido.

Anuncio del nacimiento de Juan (1,5-25)
En los tiempos finales de Franco, hubo un sacristán llamado Zacarías, casado con una andaluza muy dispuesta llamada Isabel. Formaban una buena pareja; sin embargo, aunque era lo que más deseaban, no podían tener hijos. Y los dos pasaban ya de los cincuenta. Un viernes, estaba Zacarías cambiando los manteles del altar, cuando, de repente, se le apareció Gabriel. Se asustó, porque no creía en supersticiones, ni en fantasmas. Gabriel lo calmó:
- Tranquilo, Zacarías. Me envía Dios para darte una gran alegría. Isabel está embarazada. Vais a ser padres de un niño que se llamará Juan. Será uno de los personajes más conocidos de su época y preparará el camino a Jesús.
- ¿Y qué garantías me das para creerte y para saber que me estás diciendo la verdad? Porque a Isabel le llegó la menopausia hace ya más de tres años.
- Mira, yo soy Gabriel y Dios me ha enviado para darte esta buena noticia. Y como no me has creído, te vas a quedar mudo hasta el día en que esto suceda.
Como Zacarías tardaba en regresar a la sacristía, el párroco salió a buscarlo y lo encontró muy nervioso y haciendo gestos con las manos. Al cabo de un rato, comprendió que había tenido algún tipo de alucinación y le dijo que se fuera a su casa a descansar. Al llegar, su mujer le comunicó, con sorpresa y alegría, que estaba embarazada.

Anuncio del nacimiento de Jesús (1,26-38)
Seis meses después, Gabriel fue a Parla, a casa de una encantadora chica gallega, llamada María, que era novia de José:
- ¡Hola, María! Eres la mujer más afortunada del mundo, porque Dios está contigo.
María se asustó y se puso colorada al oír tales palabras:
- ¿Y tú quién eres? ¿Cómo has entrado en mi apartamento?
- Tranquila, María. Soy Gabriel y Dios me envía para darte una noticia buenísima. Pronto vas a ser madre. Tu hijo se llamará Jesús; será hijo de Dios y establecerá un reino en la tierra que nunca se acabará.
- Perdona, Gabriel. No lo entiendo. Es cierto que tengo novio, pero lo de casarnos y tener hijos pensábamos dejarlo para más adelante; cuando él tenga un trabajo fijo.
- María, no vas a tener un hijo con José. Será el Espíritu Santo quien descienda sobre ti y tu hijo será Hijo de Dios. Mira, tu prima Isabel, la andaluza, va a ser madre, a pesar de su edad avanzada. Ya está de seis meses; porque para Dios no hay nada imposible.
- Está bien; me fío totalmente del Señor. Que se haga su voluntad.
Y Gabriel, sonriendo, se marchó.

María visita a Isabel (1,39-56)
Unos días después, María se fue a Córdoba en autobús. Y desde allí, cogió otro para Hornachuelos, en plena sierra. En cuanto llegó a casa de sus primos, abrazó a Isabel con toda el alma. Y fue tan emocionante el saludo, que Isabel sintió cómo el bebé se le movía. Impulsada por una fuerza interior, dijo:
- ¡María, eres la mejor! Y tu hijo será la persona más fabulosa que haya existido nunca. Y, por cierto, ¿cómo has venido tú a mi casa? Era yo la que tenía que haber ido a Madrid a visitarte. Pero, en fin, te lo agradezco muchísimo. Hasta mi hijo ha bailado de alegría en mi interior. María, eres muy feliz por haberte fiado totalmente del Señor. Porque todo lo que te ha prometido, se cumplirá.
María, emocionada, se puso a cantar:
- Alabaré al Señor, porque me ha mirado a los ojos
y ha hecho cosas grandes en mí.
Él siempre ha sido un Dios bueno y justo:
ha humillado a los poderosos
y ha encumbrado a los humildes;
llena de riquezas a los pobres
y a los ricos los deja sin nada.
¡Señor! Acuérdate de todos los que ponemos
nuestra confianza en Ti.
María se quedó tres meses en casa de Isabel para echarle una mano.

Nacimiento de Juan (1,57-80)
A los nueve meses de embarazo, Isabel dio a luz un hijo. Y todas sus vecinas la felicitaban, porque había conseguido lo que más quería. A los pocos días fueron a bautizar al niño y todos pensaban que se iba a llamar Zacarías como su padre.
- Se llamará Juan ―intervino Isabel.
- Pero, hija, ninguno de tus familiares se llama así.
Y le preguntaron al padre si estaba de acuerdo. Zacarías pidió una hoja de papel y escribió: “Se llamará Juan”. Y en ese momento recuperó de nuevo el habla. La gente del pueblo se quedó muy asombrada y pensó que ese niño iba a ser un personaje famoso. Zacarías se pasó la fiesta del bautizo echando piropos al niño recién nacido.

Nacimiento de Jesús (2,1-40)
Unos meses después, salió una ley que exigía a todos los españoles mayores de edad la presentación de la Partida de Nacimiento original, para realizar gestiones administrativas de importancia. Como José y María no la tenían, decidieron ir a Galicia a buscarla, aprovechando las fiestas de Parla. Sus familiares de Santiago tenían la casa completamente llena; por lo que decidieron irse a las tiendas de campaña instaladas en el Monte do Gozo para los peregrinos, pues no podían permitirse el lujo de ir a un hotel. Estando allí, a María le llegó el momento del parto y dio a luz un hijo precioso. Lo envolvió en una toalla y lo colocó sobre una almohada. En las tiendas vecinas había un grupo de ‘gaiteiros’ de Órdenes y, al enterarse de la buena noticia, se acercaron a tocar unas muñeiras al niño y a la madre. Al retirarse, comentaban unos a otros:
- Oye, rapaz, ese ‘neno’ era diferente. Tenía un algo especial.
- ¿Verdad que sí? Yo le vi un... No sé, pero seguro que será un gallego de pro.
María estaba feliz y no perdía detalle de todo lo que pasaba con su hijo. Días después, José y María registraron al niño y aprovecharon la oportunidad para casarse. Asistieron a la boda los pocos parientes que estaban esos días en Santiago. Ana, una de sus tías mayores, le dijo entonces a María:
- Maruxiña, este ‘neno’ es guapísimo, pero tengo la corazonada de que vas a sufrir mucho con él. No quiero ser una ‘meiga’ mala. Pero tenía que decírtelo.
María le respondió con una sonrisa. A los pocos días, regresaron los tres a Parla. Allí pasaron los años –José consiguió trabajo en un taller de carpintería- y Jesús se iba haciendo un hombre, cada vez más guapo e inteligente.

Jesús se queda en la catedral (2,41-52)
Cuando Jesús tenía doce años, sus padres decidieron ir a pasar unos días a Galicia y así aprovechar para ganar el jubileo del año santo de Santiago. A Jesús le encantó la idea:
- ¡Qué bien, mamá! Así podré conocer el lugar donde he nacido.

En esos días, Santiago era un hervidero de turistas y peregrinos venidos del resto de España y de todo el mundo. Había congresos y exposiciones por todos los rincones de la ciudad. En un momento determinado, cuando estaban en la plaza de la Quintana, María preguntó:
- José, ¿sabes dónde está Jesús? Hace tiempo que no lo veo.
- No sé, María; pensé que estaba con sus primos.
Preguntaron por todas partes y nadie supo darles razón. Dos horas después acudieron a la Policía Municipal:
- Señores, haremos lo que esté de nuestra parte. Tengan en cuenta que en estos días hay medio millón de turistas en Santiago. De todos modos, informaremos a nuestros agentes.
Después de tres días de angustiosa búsqueda, regresaron a la catedral y lo encontraron en el claustro, hablando con unos teólogos alemanes, que estaban absolutamente sorprendidos de que un chico tan pequeño supiera tanta teología bíblica y se expresara tan correctamente en alemán:
- ¡Hijo! ¿Dónde te has metido? Tu padre y yo estábamos preocupadísimos...
- ¿Por qué? ¿No sabíais que tengo que ocuparme de los asuntos de mi Padre?
Ellos no entendieron estas palabras en clave. María se acordó en ese momento de lo que le había dicho su tía Ana, cuando nació Jesús.
Pasados unos días, regresaron a su casa de Parla. Jesús siguió sus estudios: primero en un Colegio Público y luego en un Instituto, con unos resultados brillantes. En los ratos libres, ayudaba a su padre en el taller y explicaba Matemáticas a varios compañeros de clase. Al terminar COU, decidió estudiar Magisterio. Quería ser maestro. Ésa era su auténtica vocación.

Actividad de Juan (3,1-22)
En junio del año 2000, Juan terminó la carrera de Ciencias de la Información en la Universidad de Sevilla. Como obtuvo uno de los primeros puestos de su promoción, el Decano de la Facultad le ofreció una de las ofertas de trabajo que tenía sobre su mesa: “Radio Popular de Córdoba”. Desde el primer día, se distinguió por su valentía y libertad de espíritu. Su programa alcanzó pronto una gran difusión y era el más escuchado en Córdoba y en gran parte de Andalucía. Los directivos de Radio Popular pensaban incluso darle alcance nacional. Juan, en su programa de actualidad, hacía una crítica al comportamiento de los diferentes grupos sociales:
- Hay mucha hipocresía en nuestra sociedad. La gente frecuenta cofradías y procesiones; pero explota a los inmigrantes, con salarios indignos y horarios excesivos. Tenemos que ser consecuentes. Hace años éramos un pueblo inmigrante y ahora, que ya estamos instalados en el bienestar, tratamos a los marroquíes casi como a esclavos... Comerciantes, ¿por qué ponéis unos precios a vuestros productos que a veces superan el sesenta por ciento de lo que os ha costado a vosotros?... Policías, ¿por qué no tratáis igual a los poderosos y a los mendigos?... Empresarios de la construcción, ¿por qué especuláis tan salvajemente con nuestro suelo y mutiláis la naturaleza de nuestras costas?... Dentro de poco llegará un Maestro que os dirá éstas y otras cosas con mayor autoridad que yo...
El Delegado del Gobierno recibió muchas quejas del programa de Juan y sugirió al Director de “Radio Popular” que lo cambiara de destino. Días después, Juan era enviado a Irak como reportero de guerra. Sus crónicas valientes contra la guerra y las injusticias terminaron el día en que un tanque del ejército estadounidense bombardeó el hotel ‘Palestina’ de Bagdad. Juan murió en el acto.

Genealogía de Jesús (3,23-38)
Jesús acababa de cumplir treinta años cuando terminó sus estudios de Magisterio, Licenciatura y Doctorado en Ciencias de la Educación. Se presentó a las oposiciones y obtuvo el número uno. Entre todas las posibilidades, escogió un Centro de Educación de Adultos. María estaba encantada con los buenos resultados de su hijo. Sus amigas le preguntaban de dónde había sacado tanta inteligencia. Y ella les contaba que sus padres eran campesinos gallegos descendientes de unos judíos centroeuropeos.
-Seguro que lleva en sus venas sangre de Salomón, el rey sabio ―comentaba María a sus vecinas.

La prueba (4,1-13)
Un mes antes de comenzar a trabajar, Jesús, impulsado por una fuerza interior, se fue al desierto de Almería. Quería tener una experiencia dura, antes de iniciar su vida laboral. Recorrió a pie desde las agrestes costas del Cabo de Gata hasta los páramos de la sierra de las Estancias. Pasó muchos días sin comer, porque quería probarse a sí mismo. Cuando sintió hambre, oyó una especie de voz en su interior:
- Jesús, ¿serías capaz de convertir esas piedras en bocadillos de jamón?
- Es posible, pero ¿no hay ahora millones de personas que están pasando hambre en el mundo? Además, el hombre no vive sólo de comida....
Más tarde, subió a lo alto de la sierra y se imaginó desde allí las cosas más maravillosas del mundo. De nuevo, le habló la voz interior:
- Jesús, ¿y si fueras el dueño de todo esto y no tuvieras que trabajar más para vivir como un príncipe?
- No, no quiero. Prefiero solidarizarme con tanta gente pobre y necesitada como hay en el mundo.
Unos días después, terminó su aventura en la capital almeriense. Poco antes de coger el autobús para Madrid, subió a la torre de la alcazaba y, desde esa altura, volvió a oír la voz interior:
- Jesús, si te tiras desde aquí sin paracaídas, ¿serías capaz de volar y dejar asombrados a los turistas?
- No quiero intentarlo. Sería el camino del éxito fácil. Las cosas hay que conseguirlas con trabajo y esfuerzo personal.
En el viaje de regreso a Madrid, no dejaba de pensar en todo lo que le había ocurrido en Almería.



Comienza su actividad docente (4,14-30)
Jesús se despidió de su madre y se fue a vivir a Villaverde, cerca del Centro de Educación de Adultos, en el que comenzó su actividad docente. Pronto, su fama se extendió por todo el barrio y mucha gente sin estudios se apuntó a sus clases. Tenía un estilo diferente al de otros profesores: era cercano, comprendía los problemas de los demás, hablaba con autoridad y, al mismo tiempo, con un lenguaje muy asequible.
Un día fue a Parla a dar una conferencia en el Centro Cívico. Había mucha expectación por escucharle. Entre otras cosas les dijo:
- Estoy aquí para anunciar la libertad a los oprimidos por tantas esclavitudes, para dar la vista a los ciegos que viven en una oscuridad mental, para dar a los pobres y sencillos una noticia extraordinaria.
Muchos de los presentes comenzaron a criticarlo:
- Pero ¿de qué va éste? Si es el hijo de José, el carpintero. Desde que se fue a Madrid a estudiar, se le han subido los humos a la cabeza.
- A los deportistas famosos los reciben con honores en sus pueblos. Pero los maestros y los profetas no somos bienvenidos.
Ante estas palabras, comenzaron a abuchear a Jesús y algunos, incluso, se acercaron con intención de agredirlo. Pero él se escabulló entre la multitud.

Jesús cura a mucha gente (4,31-44)
Los domingos, Jesús solía ir a la Casa de Campo a pasear y a conversar con la gente. Muchos curiosos se acercaban a escucharlo y a hacerle preguntas. Y todos se quedaban admirados de sus respuestas. Poco después, se le acercó una pareja que llevaba a su hijo en una silla de ruedas:
- Maestro, nuestro hijo tiene una enfermedad muy rara. A veces, da la impresión de que estuviera como poseído. Los médicos no han podido hacer nada. ¿Podría usted mirarlo?
El enfermo, retorciéndose, pronunció unas palabras ininteligibles. Sus padres lo sujetaron. Jesús lo miró fijamente:
- ¡Sal de este muchacho!
Nadie entendió estas palabras; pero, al instante, el joven se levantó sonriente de su silla de ruedas y abrazó a sus padres.
- ¿Has visto? ¡Qué alucine! ―comentaba la gente.
Al día siguiente, un periódico gratuito de Madrid publicó una breve noticia: “Un curandero realiza sanaciones en la Casa de Campo”. Una semana después, había más de mil personas y dos coches patrulla en ese lugar. Entre los asistentes, más de cincuenta parapléjicos en sillas de ruedas, que le fueron presentando a Jesús. Él les sonreía, les decía palabras amables y les daba un apretón de manos. Todos quedaron curados. Esta vez la noticia se publicó en todos los periódicos y alertó al Colegio de Médicos de Madrid. Los siguientes domingos, Jesús se fue a otros pueblos de la provincia, a conversar con la gente, a consolarla y a curar a sus enfermos.
Otro día, Jesús fue a visitar a su buen amigo Pedro. Al llegar a su casa, éste le dijo que su suegra se encontraba muy enferma y que si podía visitarla. Jesús entró en su habitación, le sonrió y la cogió de la mano:
- Señora, ¿cómo se encuentra?
La mujer, al tocar la mano de Jesús, sintió un alivio instantáneo.
- Pues ahora me encuentro perfectamente. Me voy a levantar enseguida.
La señora, muy contenta, se levantó de la cama y sirvió un aperitivo a los presentes.

Primeros compañeros de Jesús (5,1-11)
En verano, Jesús se fue a un pueblo retirado de la costa gallega para descansar. Algunos de sus amigos siguieron su ejemplo. A los pocos días, todo el pueblo conocía a Jesús y quería escuchar sus mensajes. Una vez, se encontraba en el pequeño puerto de pescadores. En una de las barcas vio a su amigo Pedro –que tenía una pescadería en Madrid y en verano le gustaba salir a pescar-:
- Pedro, ¿nos vamos a pescar?
- Jesús, nos hemos pasado toda la noche en el mar unos amigos y yo y no hemos cogido nada. Pero, bueno, si tú lo dices...
Salieron al mar Jesús, Pedro y sus amigos y cogieron tal cantidad de peces que casi se hundía la barca. Pedro estaba asombrado:
- Jesús, ni en mi pescadería he visto tal cantidad de peces en mi vida. ¿Qué has hecho? Esto no es normal.
Santiago y Juan, los amigos gallegos de Pedro, tampoco creían lo que estaban viendo. Entonces, Jesús les dijo:
- Chicos, venid conmigo. Tengo un proyecto estupendo. No se trata de pescar peces, sino hombres. ¿Os animáis?
Los tres se quedaron tan impresionados que decidieron seguir a Jesús.

Más curaciones de Jesús (5,12-26)
De regreso a Madrid, estando Jesús una tarde con sus compañeros en la plaza Soledad Torres Acosta, se le acercó un joven con sida:
- He oído que ha curado usted a muchas personas. ¿Quiere curarme a mí?
- Sí, quiero.
Jesús le dio la mano y al instante el sida desapareció de su cuerpo. Le indicó que no se lo dijera a nadie y que se acercara al Centro de Salud, para que el médico certificara su curación.
Otro día, a unos metros de donde estaba Jesús hablando con la gente, se sentaron unos curas integristas que habían llegado de diferentes puntos de España para conocerlo personalmente. En ese momento, abriéndose paso con dificultad entre el gentío, le presentaron a un tetrapléjico en silla de ruedas. Jesús, al verlo, le dice:
- Joven, todo lo malo que has hecho en tu vida te queda perdonado.
Los curas se quedaron escandalizados al oír tales palabras: “Pero ¿de qué va este maestro? ¿quién se cree que es? Sólo nosotros, los sacerdotes, podemos perdonar los pecados en nombre de Dios”.
Jesús, dándose cuenta de sus pensamientos, les dijo:
- Pero ¿qué están pensando ustedes? Vamos a ver, ¿qué es más fácil: decir “te perdono todo lo malo que has hecho” o decir “levántate y ponte a caminar”? Pues para que sepan que puedo perdonar los pecados -se dirige al tetrapléjico-, tú, escúchame: levántate, recoge tu silla de ruedas y vete caminando a tu casa.
El joven se levantó, dobló la silla de ruedas y se fue feliz a su casa, ante el asombro y el aplauso de la gente. Los curas se miraban extrañados unos a otros; pero no participaron en el festejo de los que habían presenciado el prodigio.

Jesús llama a Mateo y discute con los integristas (5,27-39)
Más tarde, Jesús se acercó hasta la sede central de un importante banco. Al poco tiempo, salió un consejero y, cuando el chófer le estaba abriendo la puerta de su coche, Jesús le miró a los ojos y le dijo:
- Mateo, véngase conmigo.
El consejero sintió como un escalofrío interior y le dijo a Jesús:
- Suba al coche, por favor.
Mateo ofreció a Jesús una comida en el mejor restaurante de Madrid. Y allí, ante la sorpresa de otros consejeros del banco, le prometió a Jesús que iba a entregar su dinero a una ONG y se iba a unir a su grupo.
Al salir Jesús del restaurante, los curas integristas que lo habían seguido comentaron entre sí:
- ¡Pues vaya ejemplo que está dando! ¡Comiendo con los ricos y con los agnósticos!
Jesús, adivinando sus pensamientos, les contestó:
- No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos.
Pero ellos le respondieron:
- Juan, el periodista, era muy austero y nosotros también. En cambio usted y sus amigos se dedican a comer en restaurantes de lujo. ¡Vaya un ejemplo!
- Miren, señores curas, el día de la boda, los amigos del novio comen y beben para festejarlo. Pero llegará el día en que se lleven al novio y, entonces, ayunarán. Ustedes siguen enquistados en el pasado. Pero los nuevos tiempos ya han llegado.

Interpretación de la ley (6,1-11)
Un domingo estaba Jesús con sus compañeros echando una mano en un centro REMAR. Se acercaron hasta allí los curas integristas para ver qué hacían. Cuando vieron que estaban cargando muebles en un camión, les dijeron:
- Pero ¿qué hacen ustedes? ¡Hoy es domingo y no se puede trabajar!
Jesús les contestó:
- ¿Y son ustedes los que hablan de trabajo? Hoy, domingo, es precisamente cuando deberían estar ustedes más ocupados trabajando para el servicio de los demás. Y déjense de interpretaciones literales de los mandamientos, porque el hombre es señor de la ley.
Otro domingo, al atardecer, estaba con los inmigrantes en la Casa de Campo, cuando se le acerca uno que había perdido parte del brazo derecho en un accidente laboral. Los curas integristas estaban al acecho para ver qué hacía. Jesús ordenó al mutilado que se pusiera en el centro y preguntó a la gente:
- ¿Puedo curar a este hombre? Yo no soy médico, soy maestro. Si lo curo, ¿me pueden condenar por intrusismo profesional?
Un “no” fuertísimo salió de la boca de los inmigrantes. Pero los curas guardaron silencio. Entonces Jesús, mirándole a los ojos, le dijo:
- Extiende tu brazo.
Lo hizo y su brazo quedó normal. Todos los inmigrantes prorrumpieron en una gran ovación, mientras los curas se alejaban echando maldiciones.

Elección de los Doce (6,12-19)
Con cierta frecuencia, Jesús pasaba las noches en los pinares del Cerro de los Ángeles, reflexionando y hablando con su Padre Dios. Un sábado, reunió allí a sus amigos y compañeros y escogió a doce de ellos y los nombró ‘apóstoles’ o ‘enviados’: Pedro, el pescadero del barrio, y Andrés, su hermano; Santiago y Juan, los pescadores gallegos; Felipe, el asturiano; Bartolomé, un abogado de Madrid; Mateo, el ex-consejero del banco; Tomás, el aragonés; Santiago, un primo hermano de Jesús; Simón, un nacionalista vasco; Tadeo, un simpático andaluz; y Judas, un extranjero experto en contabilidad, que años después lo traicionó.
Poco después, Jesús se acercó a la zona donde había muchas familias pasando el día de campo. Se puso a conversar con todos sobre la educación de los hijos, sobre los problemas de la pareja, sobre los apuros económicos para llegar a fin de mes, sobre las perspectivas de futuro y otros temas de interés. Y todos quedaban admirados de las respuestas tan acertadas y precisas de Jesús a cualquier tipo de problema o preocupación. Las respuestas de Jesús no eran como las que daban los políticos o los programas de la tele. Por la tarde, le acercaron a varias personas en sillas de ruedas: inválidos, enfermos de Alzheimer, tetrapléjicos y afectados por la colza. A todos les dedicó una sonrisa y palabras de cariño, antes de curarlos. Su fama desde aquel día trascendió las fronteras españolas.

Bendiciones e imprecaciones (6,20-26)
Jesús, dirigiéndose a sus seguidores, les dijo:
- Felices vosotros los pobres, porque Dios es vuestro tesoro.
Felices los que ahora pasáis hambre, porque luego os saciarán.
Felices los que ahora lloráis, porque más adelante reiréis.
Felices vosotros cuando os odien los hombres y os expulsen y os insulten y calumnien por seguir mis enseñanzas. Ese día, sonreíd y estad contentos, porque mi Padre Dios os dará la mayor de las recompensas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis aquí vuestra recompensa!
¡Ay de vosotros, los que ahora coméis y bebéis hasta hartaros, porque vais a pasar hambre!
¡Ay de vosotros, los que ahora reís, porque vais a llorar sin consuelo!
¡Ay, si todo el mundo habla bien de vosotros! Porque eso mismo han hecho siempre con los falsos maestros.
Algunos intelectuales que estaban escuchando a Jesús, sonrieron con displicencia y comentaron entre sí:
- Este maestro está rematadamente loco. Nos está tomando por tontos. Habría que aconsejarle que leyera a Maquiavelo y a Nietzsche.


Actitudes del que quiere seguir a Jesús (6,27-49)
Pero Jesús, sin hacer caso a estos comentarios, continuó:
- Muchos os han enseñado que la venganza es un placer de dioses y que debéis actuar según aquello de “ojo por ojo y diente por diente”. Pues os aseguro que eso es un absoluto error. Tenéis que amar a vuestros enemigos, hacer el bien a los que os odian, hablar bien de los que os maldicen, sonreír a los que os calumnian. Al que te pegue una bofetada, no se la devuelvas; preséntale más bien la otra mejilla. Al que te robe la cazadora de cuero, dale también tu abrigo; seguramente estará más necesitado que tú. Da siempre a todos los que te pidan; y si alguien te roba algo, no lo denuncies. En una palabra: tratad a los demás como queráis que os traten a vosotros.
- Si queréis a los que os quieren, ¿qué mérito tenéis? Eso lo hacen hasta los peores delincuentes. Si hacéis un favor a los que os lo han hecho a vosotros, ¿por qué vais a merecer un premio? Eso es lo normal; así actúa todo el mundo. Y si prestáis dinero sólo a quien os lo pueda devolver, ¿qué hacéis de especial? También los mafiosos se prestan unos a otros con intención de cobrarse.
- Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad dinero sin esperar nada a cambio. Si obráis así, tendréis una gran recompensa y seréis de verdad hijos de Dios; porque Él es bondadoso con todos: con los buenos y con los malos. Sed generosos como vuestro Padre Dios es generoso.
- No juzguéis, ni critiquéis a los demás y no seréis juzgados; no condenéis a nadie y nadie os condenará a vosotros; perdonad a los que os han ofendido y os perdonarán a vosotros; dad y recibiréis mucho más de lo que podáis imaginar. De la misma manera que actuéis con los demás, así actuarán con vosotros. ¿Acaso un ciego puede guiar a otro ciego? A los dos los atropellaría un coche. El alumno no es más que su maestro; aunque, terminados sus estudios, puede saber tanto o más que su maestro. ¿Por qué criticas los pequeños defectos de los demás y no caes en la cuenta de tus tremendos errores? ¿Cómo puedes decirle a tu vecino que corrija un ligero defecto, cuando tú tienes fallos importantes en tu vida familiar y profesional? ¡Hipócrita! Corrige primero tu nefasto estilo de vida y después podrás avisar a tu vecino de su pequeña falta.
- Las grandes marcas fabrican productos buenos y fiables. En cambio, los productos falsificados son malos y no ofrecen ninguna garantía. Las fábricas se valoran por sus productos: ninguna fábrica de marcas conocidas lanza al mercado productos malos; y al contrario, ninguna fábrica de productos falsos y de imitación ofrece garantía de buena calidad. La persona buena, sacará de su buen corazón obras buenas; la persona mala, obras malas. Porque los hombres expresan con la boca lo que almacenan en el corazón.
- ¿Por qué me llamáis “Señor” y “Maestro” y no hacéis lo que os enseño? Los que escuchan mis palabras y hacen lo que yo digo, se parecen a uno que construyó su casa con unos cimientos de hormigón sólidos y profundos; cuando llegó una riada, la casa aguantó el empuje del agua, porque estaba bien construida. Pero el que escucha mis palabras y no las pone por obra, se parece a uno que edificó su casa sobre un terreno arenoso y sin buenos cimientos; cuando llegó la primera riada se llevó la casa por delante.

Jesús cura al ordenanza de un coronel (7,1-10)
Cuando Jesús terminó de hablar, se fue con sus compañeros a Getafe. Estando allí, se le acercaron unos soldados que le dijeron:
- Maestro, el coronel de la Base ha oído hablar mucho de usted y de las curaciones que ha realizado. Y nos envía para que haga el favor de curar a uno de sus ordenanzas. Los médicos le han dado como máximo tres meses de vida.
Algunos vecinos de la zona le comentaron a Jesús:
- Maestro, el coronel es una buena persona. Colabora siempre que puede con las necesidades del pueblo. Se merece un favor.
Jesús se estaba acercando a la Base aérea, cuando uno de los soldados le pasa el teléfono móvil:
- Es el coronel. Es para usted.
- Maestro, me dicen los soldados que está usted viniendo a la Base. Por favor, no se moleste. No hace falta que venga. Bastará una palabra suya y mi ordenanza se curará. Porque yo doy una orden y todos los oficiales y soldados se aprestan a cumplirla.
- De acuerdo, coronel.
Jesús entregó el móvil al soldado y les dijo a los presentes:
- No es normal encontrar a alguien con tanta fe. Efectivamente, el coronel es una excelente persona.
El móvil del soldado volvió a sonar:
- Gómez, dígale al maestro que el ordenanza está totalmente curado. Y transmítale mi más sincero agradecimiento.
Resucita al hijo de una viuda (7,11-17)
Más tarde, Jesús y sus compañeros se acercaron a Leganés. Jesús les dijo:
- Quiero conocer el nuevo tanatorio.
Cuando llegaron, vieron en la primera sala a una señora viuda que estaba velando a su único hijo, que acababa de fallecer víctima de un accidente de moto. Jesús se acercó a ella:
- Señora, no llore. Su hijo está dormido.
Entonces, Jesús se acercó al empleado del tanatorio y le pidió, por favor, que le abriera la puerta de la habitación donde estaba el ataúd del muchacho. El empleado, pensando que habían traído otra corona de flores, le abrió la puerta. Jesús se dirigió al muerto:
- ¡Muchacho, levántate!
Al instante se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre. Los presentes se quedaron alucinados y no daban crédito a lo que acababan de presenciar. Cuando llegaron los periodistas y las cámaras de televisión, Jesús ya se había despedido de la madre y se dirigía hacia el metro. La noticia fue portada de todos los telediarios y, al día siguiente, de los principales periódicos del mundo.

El político y la prostituta (7,18-50)
Un conocido diputado del partido conservador invitó a comer a Jesús. Cuando estaban comiendo en el jardín del chalet a las afueras de Madrid, se presentó de pronto una prostituta dominicana, que solía ejercer en la Casa de


Campo. Sacó un frasco de ‘Chanel 5’ y empezó a derramarlo a los pies de Jesús. El diputado pensó para sus adentros:
- Si Jesús fuera un auténtico maestro sabría quién es esta mujer.
Jesús, adivinando sus pensamientos, le dijo:
- Diputado, me gustaría que me diera usted su opinión sobre este caso. Un empresario había prestado dinero a dos de sus empleados: a uno le prestó tres mil euros y al otro, doscientos. Como no podían devolvérselos, pues andaban muy apurados, les perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos le estará más agradecido?
- Supongo que aquel a quien perdonó más.
- Correcto, diputado. ¿Ve a esta mujer? Cuando llegué a su casa, recibí un trato bastante frío de su parte. En cambio, esta mujer, con su gesto, me ha demostrado lo más profundo de sus sentimientos. Quiere dejar su ‘trabajo’, legalizar su situación y comenzar una nueva vida. Cuando alguien muestra tanto agradecimiento es porque le han perdonado una gran deuda.
Jesús, sonriendo a la mujer, le dijo:
- Todo lo malo que has hecho en tu vida te queda perdonado.
Los demás convidados empezaron a criticar a Jesús:
- Pero ¿de qué va éste? Parece que está un poco mal de la cabeza...
Pero Jesús, sin hacerles caso, se despidió de la mujer:
- Vete en paz y empieza una nueva vida.


El grupo que acompañaba a Jesús (8,1-3)
En vacaciones, Jesús se fue por todos los pueblos de la Comunidad de Madrid, proclamando la buena noticia del reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres a las que había curado –de enfermedades del cuerpo o del espíritu-: Magdalena, la dominicana; Juani, viuda de un sargento de la Guardia Real; Susana y otras más que le ayudaban.

Parábola del sembrador (8,4-18)
En las plazas de los pueblos por los que pasaba Jesús, se reunían muchos agricultores que querían escucharlo. Y les contó esta parábola:
- Un día salió un agricultor a sembrar semillas de girasoles. Al sembrar, algo cayó en el camino y los pájaros se lo comieron. Otra parte de la semilla cayó en terreno pedregoso y se secó por falta de humedad. Otra parte cayó entre zarzas y, con el tiempo, los brotes quedaron ahogados bajo las zarzas. Otra parte cayó en tierra buena y dio fruto al ciento por uno. ¡El que tenga oídos para oír, que oiga!
Entonces, le preguntaron sus discípulos:
- ¿Qué significa esta parábola?
Jesús les respondió:
- Vosotros ya podéis comprender los secretos del reino de Dios. En cambio, a los demás se les habla en parábolas, para que “viendo no vean y oyendo no entiendan” (Is 6,9). La parábola significa esto: La ‘semilla’ es el mensaje de Dios. ‘La que cayó en el camino’ representa a los que escuchan el mensaje, pero luego viene el maligno y les quita el mensaje del corazón, para que no crean y se salven.

‘La que cayó en terreno pedregoso’ se refiere a los que reciben el mensaje con alegría, pero son superficiales y a la mínima dificultad se olvidan de lo que han escuchado. ‘La que cayó entre zarzas’ se relaciona con los que escuchan la palabra de Dios, pero el afán excesivo de dinero y de una vida fácil hace que pronto se les olvide el mensaje. ‘La que cayó en tierra buena’ representa a los que escuchan el mensaje, lo profundizan, lo guardan en un corazón generoso y lo ponen en práctica.
Y Jesús continuó diciéndoles:
- Nadie enciende una lámpara y la tapa con una manta. La enciende para alumbrar la habitación. Porque todo lo que hacéis en secreto, antes o después se hará público. Y el que es solidario con los demás recibirá una recompensa; y al egoísta le quitarán todo lo que tiene.

La madre y los hermanos de Jesús (8,19-21)
Un día la madre y los familiares de Jesús se acercaron al pueblo donde él estaba. Pero había tal cantidad de gente, que no pudieron acercarse hasta Jesús. Entonces le avisaron:
- Jesús, tu madre y tus familiares están ahí fuera y quieren verte.
Pero él les contestó:
- Mi madre y mis hermanos son los que escuchan el mensaje de Dios y lo ponen en práctica.


Apacigua el temporal (8,22-25)
Un día de verano estaba Jesús paseando junto al pantano de San Juan, cuando le invitaron a dar una vuelta en una ‘Zodiac’. Mientras navegaban, Jesús se quedó dormido. Poco a poco, el cielo su fue oscureciendo y de pronto se levantó una tormenta impresionante. La barca se estaba llenando de agua y corría peligro de hundirse. Los amigos despertaron a Jesús gritándole:
- ¡Maestro, maestro, que nos hundimos!
Jesús se despertó e increpó a la tormenta. Al instante cesó la lluvia, se calmó el viento y volvió a brillar el sol. Jesús les dijo a sus acompañantes:
- ¿Tan poca confianza tenéis?
Todos se quedaron asombrados y comentaban entre sí:
- Pero ¿quién es éste que da órdenes a la tormenta y le obedece?

Jesús actúa como exorcista (8,26-39)
Jesús y sus discípulos siguieron desde el pantano de San Juan hacia la sierra de Gredos. Poco antes de llegar a Arenas de San Pedro, se le acercaron unos paisanos y le dijeron:
- Maestro, ¿ha visto usted ‘El exorcista’?
- No, no suelo ir al cine, ¿por qué?
- Porque aquí cerca, en una cueva, vive un hombre que parece endemoniado. Hasta ahora, nadie ha podido ayudarle. ¿Podría usted echarle un exorcismo?
- Llevadme hasta la cueva donde está ese hombre.
Cuando estaban a punto de llegar, les salió al encuentro un hombre desnudo, con el pelo y la barba revueltos, echando escupitajos y gritando:
- ¡Jesús, hijo de Dios, lárgate y déjame en paz!
- ¿Cómo te llamas? ―le preguntó Jesús.
- Legión ―contestó el hombre.
Efectivamente, una legión de demonios había entrado en el cuerpo de aquel pobre hombre y lo tenía atormentado. Al darse cuenta de que Jesús podía echarlos de aquel hombre, le rogaron que les permitiera entrar en unas cabras hispánicas que vagaban por la montaña. Él se lo permitió. Por orden de Jesús, los demonios salieron de aquel hombre y entraron en las cabras. Éstas se volvieron locas, echaron a correr monte arriba, se precipitaron en la laguna de la cumbre y se ahogaron. La gente del pueblo salió a ver lo que había pasado; se acercaron a Jesús y encontraron al hombre que había estado endemoniado, vestido y en su sano juicio. Entonces, les entró miedo y le rogaron a Jesús que se marchase. El hombre que había sido librado de los demonios quería irse con Jesús; pero él lo despidió diciéndole:
- Vuelve a tu casa y cuenta lo que Dios ha hecho por ti.
El hombre se fue a su casa y contaba a todos lo que Jesús le había hecho

Resucita a una niña y cura a una mujer (8,40-56)
Cuando Jesús regresó a Madrid, había mucha gente esperándolo en el parque del Retiro. En esto, se le acercó el doctor Jara, director del Gregorio Marañón, y le rogó que fuera enseguida al hospital:
- Maestro, mi hija única de doce años se está muriendo. Los médicos no podemos hacer nada. Tiene una leucemia muy avanzada. Por favor, venga a verla y haga lo que pueda por ella.
Jesús se dirigió hacia el hospital seguido por muchísima gente. En esto, una mujer que llevaba doce años con disfunciones menstruales, se acercó a Jesús por detrás y le tocó el borde de la chaqueta. Quedó curada de inmediato.
- ¿Quién me ha tocado? ―preguntó Jesús.
Pedro, que iba junto a él, le contestó:
- ¡Pero, Jesús, todos te están apretando y empujando!
- Hay uno que me ha tocado, porque he notado una fuerza especial que salía de mí ―dijo Jesús.
La mujer, al verse descubierta, se acercó temblorosa y contó cómo se había curado al tocar la chaqueta de Jesús. Él le dijo:
- Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz.
En ese momento, se acercó una enfermera del hospital y le dijo al Dr. Jara:
- Doctor, lo siento, su hija acaba de fallecer. No moleste más al maestro.
Pero Jesús lo oyó y le dijo:
- Tranquilo, doctor. Tenga confianza y su hija saldrá adelante.
Al llegar a la habitación del hospital, las enfermeras estaban retirando los aparatos del cuerpo de la niña. La madre y otros familiares lloraban desconsolados. Pero Jesús les dijo:
- No lloréis. La niña no está muerta, está dormida.
Algunos familiares, señalando a Jesús, movían el dedo índice sobre la sien, indicando que estaba un poco loco. Pero él, sin hacerles caso, llamó a Pedro, a Juan, a Santiago y a los padres de la niña y entró con ellos en la habitación. Cogió a la niña de la mano y le dijo con firmeza:
- Niña, ponte de pie.
Al instante, recuperó el color y la respiración, se levantó y se fue a abrazar a sus padres.
- Por favor, den de comer a la niña, que tiene mucha hambre ―dijo Jesús.
El doctor Jara y su esposa no daban crédito a lo que estaban viendo; pero Jesús les mandó que no contaran a nadie lo sucedido.

Misión de los Doce (9,1-6)
Días después, reunió a los Doce en el Centro Cívico de Vallecas. Allí, en un cursillo acelerado, les dio toda clase de instrucciones sobre su labor apostólica. Además, les dio poder para hacer exorcismos y para curar enfermedades.:
- Y ahora vais a ir por los pueblos más remotos de la Comunidad de Madrid, proclamando la llegada del reino de Dios y curando a los enfermos. No llevéis nada para el viaje: ni dinero, ni ropa, ni provisiones. Siempre encontraréis alguna familia que os aloje en su casa, os ofrezca comida y os dé lo que necesitéis. Y si en algún pueblo no os recibe nadie, se lo echáis en cara sacudiendo el polvo de vuestras zapatillas.
Ellos se pusieron en camino y fueron de pueblo en pueblo, anunciando la buena noticia y curando a los enfermos.
Desconcierto del Delegado del Gobierno (9,7-9)
Al Delegado del Gobierno le llegaban puntualmente informes sobre Jesús y estaba muy desconcertado. En unos se afirmaba que era Juan, que había regresado vivo de Irak; en otros, que era un predicador a la antigua usanza. Pero como el Delegado era un político muy pragmático, no creía en habladurías; sólo aceptaba hechos consumados y probados mediante informes fidedignos:
- A Juan lo envió mi colega de Córdoba a la guerra de Irak y de allí vino su cadáver. ¿Quién demonios puede ser este maestro a quien sigue tanta gente y del que afirman que hace auténticos milagros? La verdad es que tengo ganas de conocerlo. Pero mientras no altere el orden público, no puedo ordenar su detención.

Jesús da de comer a cinco mil personas (9,10-17)
Cuando regresaron los Doce de su gira por los pueblos de la Comunidad de Madrid, Jesús se retiró con ellos a los pinares de Valsaín. Quería que le informaran detalladamente de cómo les había ido en su primera prueba apostólica. Y para eso necesitaban estar solos. Pero cuando se enteraron los vecinos de los pueblos de la sierra, fueron en busca de Jesús. Él saludó a todos con palabras amables, les habló del reino de Dios y curó a los que estaban enfermos. Al atardecer, los Doce se acercaron a decirle:
- Maestro, despide a toda esta gente. Que se vayan a sus pueblos a comer y a dormir. Por aquí cerca no hay ni restaurantes, ni albergues.
- Dadles vosotros de comer ―les dijo Jesús.
Pero ellos le replicaron:
- Pero, Jesús, si sólo tenemos dos barras de pan y tres tortillas. A no ser que quieras que gastemos el fondo común en comprar comida para tanta gente.
Habría unas cinco mil personas. Entonces, Jesús les dijo a los apóstoles:
- Que se vayan sentando en grupos de cincuenta más o menos.
Así lo hicieron. Y cuando estaban todos distribuidos, Jesús cogió los panes y las tortillas, los bendijo y se los entregó a los apóstoles para que los fueran repartiendo a la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos e incluso se recogieron doce bolsas con las sobras.

Declaración de Pedro y primer anuncio de la pasión (9,18-27)
Esa noche, cuando todos estaban dormidos, Jesús se retiró a lo alto de la sierra a hablar con su Padre Dios. Por la mañana, se le acercaron los Doce y les preguntó:
- ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos le contestaron:
- Unos dicen que eres Juan, pues creen que no lo mataron en la guerra de Irak; otros piensan que eres un predicador, como esos que aparecen en las películas del Oeste; y los que han visto tus curaciones, no saben qué pensar, pero están alucinados contigo.
- Y vosotros, ¿quién decís que soy? -preguntó Jesús.
La voz de Pedro sobresalió decidida entre las demás:
- Tú eres el Mesías prometido, el hijo de Dios.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió:
- Quiero que sepáis que voy a sufrir mucho, me van a rechazar las autoridades civiles y eclesiásticas, incluso me van a ejecutar; pero al tercer día resucitaré. Os lo digo en serio: el que quiera venir conmigo, tiene que negarse a sí mismo y cargar cada día con su cruz; es duro seguirme, pero merece la pena. Porque los valores de este mundo son contrarios a los valores del reino de Dios. El que se aferre al poder, al dinero y al placer desordenado, no alcanzará el reino de Dios; en cambio, el humilde, el desprendido y el sacrificado, conseguirá la salvación. Vamos a ver, ¿de qué le sirve a una persona ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo? Porque si uno se avergüenza de mí y de mis palabras, también yo me avergonzaré de él el día del juicio final. Además, os aseguro que alguno de los aquí presentes no morirá sin haber visto antes el reino de Dios establecido en la tierra.

La transfiguración (9,28-36)
Una semana después de esta conversación con los apóstoles, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan a lo alto de Siete Picos. Mientras hablaba con su Padre Dios, su cara se le iluminó y su ropa se puso brillante, como alumbrada por unos potentes focos. De pronto, aparecieron dos hombres conversando con él: eran Moisés y Elías, que también estaban profusamente iluminados. Jesús conversaba con ellos acerca de su muerte. Mientras, Pedro, Santiago y Juan se caían de sueño; pero al ver a Jesús y a los dos hombres tan llenos de luz, como si estuvieran en un plató de cine, se espabilaron y Pedro dijo:
- Maestro, esto es formidable. Nunca te había visto así. Montaré una tienda de campaña para protegeros del frío.

Pedro estaba realmente emocionado y no sabía ni lo que decía. De pronto, se formó una nube que los tapó a todos. Los tres apóstoles se asustaron. Y de la nube salió una voz que decía:
- Este es mi hijo, el elegido. Escuchadlo.
Enseguida, desapareció la luz, la nube y los dos hombres y Jesús se quedó solo con Pedro, Santiago y Juan. Ellos guardaron el secreto de lo que habían visto, hasta muchos años después.

El niño epiléptico (9,37-43)
Al día siguiente, al bajar a Navacerrada, les salió al encuentro mucha gente y, de pronto, un vecino del pueblo le gritó:
- ¡Maestro, por favor, cura a este hijo mío, que es el único que tengo! Le dan unos ataques muy fuertes y luego se queda como muerto. Le he dicho a tus discípulos que lo curen, pero no han sido capaces.
Jesús contestó:
- ¡Qué poca fe tenéis! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros y soportaros? Tráeme a tu hijo.
Mientras se acercaba, el niño se retorcía y echaba espumarajos por la boca. Jesús lo curó y se lo entregó a su padre. Toda la gente se quedó asombrada y no daba crédito a lo que acababa de presenciar.


Lecciones varias (9,44-50)
La fama de Jesús se iba extendiendo por todas partes y los discípulos estaban encantados con los éxitos de su Maestro. Pero él les dijo:
- Escuchadme bien: aunque os cueste creerlo, a mí me van a entregar a las autoridades y me van a condenar a muerte.
Pero ellos no entendían estas palabras o, quizás, no querían entenderlas. Les interesaba más la fama de Jesús e, indirectamente, la de ellos. Por eso, discutían sobre quién era el más importante. Pero Jesús, cogió de la mano a un niño y cortó la discusión diciéndoles:
- El que acoge a un niño en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge a mi Padre Dios. Mirad este niño: el más pequeño entre vosotros, ése es el más importante ante los ojos de Dios.
Juan, cambiando de conversación, le dijo:
- Maestro, hemos visto a un exorcista que andaba echando demonios en tu nombre y hemos intentado impedírselo, porque no es de los nuestros.
Jesús le respondió:
- No se lo impidáis. El que no está contra vosotros, está con vosotros.

Un pueblo rechaza a Jesús (9,51-56)
Días después, Jesús recibió numerosas invitaciones de diferentes países y organizaciones para que expusiera su doctrina y explicara sus curaciones prodigiosas en congresos y asambleas internacionales. Pensando en que pronto llegaría su fin, aceptó viajar a un congreso sobre Derechos Humanos en Nueva York. Mientras preparaba su viaje, se acercó un día a un pueblo de la sierra; pero sus vecinos se negaron a recibirlo, porque estaban hartos de tantos charlatanes que iban hasta allí para ofrecerles la solución a todos sus problemas. Santiago y Juan, muy enfadados, le dijeron:
- Maestro, podemos pedir que caigan rayos sobre este pueblo tan ingrato. Pero Jesús les regañó y se dirigieron a otro pueblo.

Condiciones para seguir a Jesús (9,57-62)
Cuando iban de camino, un hombre se acercó a Jesús y le dijo:
-Maestro, te seguiré vayas donde vayas.
Jesús le respondió:
- Mira, los animales tienen sus madrigueras y los pájaros, sus nidos; pero yo no tengo un piso propio. Y el que me siga, tiene que vivir con espíritu de pobreza y desprendimiento.
Más adelante, le dijo a un hombre con semblante triste:
- Sígueme.
Y él le dijo:
- Sí, Maestro, iré contigo mañana. Ahora voy al entierro de mi padre.
Pero Jesús le replicó:
- Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vete por el mundo a anunciar el reino de Dios.
Otro hombre, que estaba escuchando esta conversación, le dijo:
- Yo te seguiré, maestro. Pero antes quiero ir a despedirme de mi familia.
Jesús le contestó:
- El que pone las manos en el volante y sigue mirando hacia atrás, no sirve para el reino de Dios.

Misión de los setenta y dos discípulos (10,1-16)
Unos días después, Jesús eligió a otros setenta y dos discípulos, para que hicieran prácticas de enseñanza del reino de Dios en diferentes pueblos, a los que él pensaba ir más adelante. Los envió de dos en dos diciéndoles:
- Hay mucho trabajo por hacer, pero muy pocos obreros; rogad, por tanto, al Señor para que envíe más obreros a su empresa. Mirad que os mando como inmigrantes ilegales en países ricos. No llevéis maletas, ni dinero, ni perdáis el tiempo por el camino. Cuando entréis en una casa, saludad así: “Paz a esta casa”. Si allí hay gente buena, la paz se quedará con ellos; si no, volverá con vosotros. Quedaos en esa casa y comed y bebed lo que os ofrezcan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, curad a los enfermos y decid: “Ya llega el reino de Dios”. Pero si no os reciben, decidles: “Hasta el polvo de vuestras calles que se nos ha pegado a los zapatos nos lo limpiamos. No queremos nada de vosotros. De todos modos, sabed que ya llega el reino de Dios”. Ese pueblo recibirá un castigo más duro que el de Sodoma. ¡Ay de los pueblos y ciudades que no quieran recibir a mis discípulos! Recibirán en los últimos tiempos el juicio más duro que se puedan imaginar. Quien os escucha a vosotros, me escucha a mí; y quien os rechaza, también me rechaza a mí; y quien me rechaza a mí, rechaza a mi Padre Dios.
Regreso de los setenta y dos (10,17-24)
Varios días después, los setenta y dos discípulos regresaron muy contentos y le dijeron a Jesús:
- ¡Maestro, hemos curado a muchos en tu nombre y hasta hemos hecho algún exorcismo!
Jesús les contestó:
- ¡Ya sabía yo que en mi nombre podíais hacer cualquier cosa! Y que no ibais a recibir ningún daño. Me gusta veros contentos por todo lo que habéis hecho; pero debéis estar más contentos aún, porque algún día estaréis con Dios en el cielo. ¡Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has ocultado estas cosas a los intelectuales y se las has revelado a la gente sencilla! Es mi Padre el que me lo ha enseñado todo. Sólo el Padre sabe quién es el Hijo; y quién es el Padre sólo lo sabe el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar. ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os aseguro que mucha gente importante quiso ver lo que vosotros veis y no lo vieron y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron.

Parábola del buen inmigrante (10,25-37)
Estaba Jesús una tarde en la plaza de Soledad Torres Acosta, rodeado, como de costumbre, de prostitutas, negros, sudamericanos y gente del barrio, cuando se le acerca un distinguido abogado y le pregunta con sorna:
- Oye, tú que lo sabes todo, ¿qué tengo que hacer para alcanzar ‘tu’ cielo?
- ¿De verdad no lo sabes? Tú has estudiado Derecho en la Complutense y antes estuviste en un colegio de curas. ¿Qué te enseñaron allí?
Al abogado se le heló la sonrisa. Jesús había adivinado su pasado. La respuesta le salió balbuciente:
- Bueno, me dijeron que para salvarse había que amar a Dios y al prójimo.
- Muy bien. Hazlo y conseguirás la vida eterna.
El corro se había ampliado. Llegaron varios curiosos y algunos turistas. A lo lejos, dos municipales vigilaban el grupo.
El abogado se sintió incómodo y quiso poner a prueba a Jesús:
- ¿Y para ti, quién es el prójimo?
- Mira, iba un comerciante por una carretera secundaria y se le averió el coche. Mientras estaba poniendo los triángulos y antes de que pudiera llamar al RACE, se le acercaron dos individuos que le golpearon con una piedra. Luego, le robaron el móvil, la cartera, las dos maletas que llevaba y se fugaron rápidamente. Poco después pasó un obispo en su ‘Mercedes’. El chófer le preguntó: “Excelencia, ¿paramos?” “Es que tenemos mucha prisa; nos esperan para las confirmaciones y no podemos llegar tarde. Enseguida llegará la Guardia Civil y le ayudará. Tú, sigue adelante.” Más tarde, pasó por allí un cura y aminoró la marcha para ver qué pasaba. “Pobre hombre, cómo lo han dejado. Espero que venga pronto una ambulancia. Yo no voy a meterme en líos: la Guardia Civil te hace preguntas comprometidas y no quiero problemas”. Y con estos pensamientos, pasó de largo. Luego, llegó un político importante en su ‘Audi’: “Jefe, ¿paramos?” le preguntó el chófer. “La verdad es que no merece la pena. No hay periodistas, ni fotógrafos que

registren la escena. Esto no da votos. Mejor, sigue adelante. Ya le atenderán los de la Cruz Roja”. Después de un buen rato, llegó un inmigrante marroquí en un viejo ‘ZX’ y, al ver al hombre malherido, se compadeció y paró. “Por Alá, ¿qué te han hecho, buen hombre?” “Se me averió el coche y vinieron unos bandidos que me asaltaron”. El marroquí sacó de su botiquín mercromina y unas tiritas e hizo una cura de urgencia al herido. Luego, lo subió a su coche y lo llevó al Centro de Salud más cercano, donde lo atendieron cuidadosamente. Dos horas después, cuando le dieron el alta, lo llevó a la Casa Cuartel de la Guardia Civil, para que diera parte de lo ocurrido. Más tarde, lo invitó a comer en un restaurante. Y, por último, avisó al RACE, para que fueran a reparar su coche averiado. “Que Alá te bendiga, hermano”, le dijo al despedirse... Abogado, ¿tú qué opinas? ¿Cuál de ellos actuó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?
- El que lo curó y lo atendió bien ―respondió el abogado.
- De acuerdo. Haz tu lo mismo ―le dijo Jesús.
El abogado se quedó muy cortado, cuando surgió un aplauso espontáneo de todos los presentes.

Marta y María (10,38-41)
Jesús fue a pasar el fin de semana a la casa que sus amigos Lázaro, Marta y María tenían en Miraflores de la Sierra. Marta estaba muy ocupada arreglando la casa y preparando la comida. En cambio, María estaba escuchando emocionada las palabras de Jesús. Pasado un buen rato, Marta se cansó y le dijo a Jesús:
- Jesús, dile a mi hermana que venga a echarme una mano. Ya se queda Lázaro contigo.
Pero Jesús le respondió:
- Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por demasiadas cosas: sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y nadie se la quitará.

La oración (11,1-13)
Una mañana estaba Jesús en oración, hablando con su Padre Dios. Cuando acabó, uno de sus discípulos le dijo:
- Maestro, enséñanos una oración, como hizo Juan una vez en la radio.
Jesús le dijo:
- Cuando queráis rezar, decid: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”.
Y añadió:
- Suponed que a las doce de la noche llama un amigo a vuestra casa y os pide un poco de pan, porque acaba de llegar un familiar de viaje y se le ha terminado. Y desde dentro, el otro le responde: “Déjame en paz, que es muy tarde y estamos todos acostados. Mañana te atenderé”. Pero el amigo sigue insistiendo. Os aseguro, que acabará por darle lo que necesita, no tanto por amistad, sino para que lo deje dormir tranquilo.
Por eso, yo os digo: pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y os abrirán. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, le abren. ¿Quién de vosotros, que sea padre, si su hijo le pide un trozo de carne, le va a ofrecer una rata; y si le pide un huevo, le va a dar una guindilla? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?

Lo acusan de magia (11,14-26)
Un día estaba Jesús en la Casa de Campo haciendo un exorcismo a un mudo y, en cuanto le echó el demonio, el hombre se puso a hablar. La gente se quedó admirada; pero algunos de ellos dijeron:
- Este maestro hace magia negra: echa los demonios en nombre de Satanás.
Otros le pedían una señal que viniera inequívocamente de Dios. Pero él, captando su mala intención, les dijo:
- Todo país dividido en guerra civil queda totalmente destruido. Acordaos del nuestro hace años... Por eso, si los de Satanás andan divididos, ¿cómo va a mantenerse su imperio? Si decís que yo echo los demonios en nombre de Satanás, ¿en nombre de quién los echan los otros exorcistas? Pero si los echo en nombre de Dios, es porque ya ha llegado su reino. Cuando un hombre pone guardias de seguridad en su negocio, éste queda bien guardado. Pero si llegan muchos ladrones bien armados, acaban venciendo a los vigilantes. El que no está conmigo, está contra mí; y al que no recoge conmigo, se le cae todo lo que llevaba. Cuando a un mal espíritu lo echan de un hombre, vaga por el mundo sin encontrar descanso; y, al no encontrarlo, dice: “Volveré a mi casa, de donde me echaron”. Al regresar, la encuentra limpia y reformada. Entonces, busca a otros siete espíritus peores que él y se meten a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio.

La verdadera felicidad (11,27-28)
Mientras Jesús estaba hablando, una mujer gritó en medio de la gente:
- ¡Viva la madre que te parió! ¡Qué feliz debe de ser esa mujer!
Pero Jesús le respondió:
- ¡Felices, más bien, los que escuchan el mensaje de Dios y lo ponen en práctica!

Jesús es más importante que Jonás y Salomón (11,29-36)
Muchas personas estaban alrededor de Jesús y él les decía:
- Algunos de los que me estáis escuchando no sois buenas personas. Pedís una señal, pero sólo se os dará la señal de Jonás. La reina de Saba vino desde lejanas tierras para escuchar la sabiduría de Salomón; y yo soy más que Salomón. Los habitantes de Nínive se arrepintieron con la predicación de Jonás y yo soy más que Jonás. Y algunos de vosotros venís a escucharme sólo para pillarme en alguna contradicción; no para seguir mis enseñanzas y cambiar vuestras vidas.
- Las luces se encienden para iluminar la habitación. Es absurdo caminar a oscuras. ¿Para qué creéis que están los faros en las costas? Pues bien, si sois generosos, vuestras buenas obras brillarán más que la luz del sol.

Los integristas y fanáticos (11,37-54; 12,1-3)
En cuanto terminó de hablar, un cura integrista lo invitó a comer. Al llegar a su casa, observó con aires de desaprobación, que Jesús no llevaba chaqueta ni corbata. Jesús, adivinando su pensamiento, le dijo:
- Vosotros, los integristas, cumplís perfectamente todas las normas externas, pero por dentro estáis llenos de envidia, de soberbia y de ambición de poder y dinero. ¿Acaso son más importantes las apariencias que el interior de la conciencia?
- ¡Ay de vosotros, integristas hipócritas, porque cumplís al pie de la letra las normas más secundarias y descuidáis las importantes, que son la justicia y el amor! ¡Practicad primero esto y lo otro no lo descuidéis!
- ¡Ay de vosotros, integristas hipócritas, que vais impecablemente vestidos, buscáis siempre los mejores puestos y os gusta que os traten como VIPS! Sois como las tumbas de los cementerios: esplendorosas por fuera y llenas de podredumbre por dentro.
Un político, amigo del cura integrista, intervino diciéndole a Jesús:
- Maestro, con estas palabras nos ofende también a nosotros.
Jesús le replicó:
- ¡Ay de vosotros, políticos ambiciosos e hipócritas, que levantáis monumentos a personajes ilustres, que fueron asesinados por vuestros padres! Buscáis sólo el poder y no os dedicáis a buscar el bien de los ciudadanos.
A la hora del café, los otros invitados -curas y políticos integristas- lo acosaban con preguntas insidiosas, para ver si lo pillaban en alguna contradicción.
Al salir de la casa, le esperaban sus discípulos y otras muchas personas. Jesús les dijo:
- No seáis nunca hipócritas como los integristas. Porque no hay nada oculto que no acabe haciéndose manifiesto. Y los hipócritas tienen muchas cosas que ocultar y se morirían de vergüenza si se hicieran públicas.

Actitudes del discípulo (12,4-12)
Jesús dijo a sus discípulos:
- No tengáis miedo a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. Os diré a quién debéis temer: al que tiene poder para matar y después arrojar al fuego eterno. ¿Cuánto valen los jilgueros o los canarios? Unos pocos euros. Y sin embargo, ni de uno solo de ellos se olvida Dios. Y vosotros valéis mucho más que todos los pajarillos juntos.
- Os aseguro que todo el que dé la cara por mí ante los hombres, yo lo defenderé ante el tribunal de Dios. Al que me niegue ante los hombres por debilidad, se le podrá perdonar su falta; pero el que rechace al Espíritu Santo por maldad, no tendrá perdón. Cuando os lleven ante los tribunales por mi nombre, no os preocupéis de lo que vayáis a decir en vuestra defensa; el Espíritu Santo os inspirará lo que tengáis que decir en ese momento.

Parábola del rico necio (12,13-21)
Uno de los que estaban escuchando a Jesús, le dijo:
- Maestro, dígale a mi hermano que reparta conmigo la herencia.
Jesús le contestó:
- ¿Y quién me ha nombrado juez o notario entre ustedes?
Y añadió dirigiéndose a todos:
- Guardaos de toda codicia. La auténtica vida no depende del dinero. Mirad: había una vez un hombre muy rico, cuyos negocios le iban viento en popa y en sus cuentas corrientes tenía muchos millones de euros. Un buen día se dijo: “Voy a dejar ya de trabajar; tengo dinero suficiente para vivir como un rey de aquí en adelante; voy a viajar a los lugares más exóticos, a hospedarme en los hoteles más exclusivos y a disfrutar de la vida”. Pero Dios le dijo: “Insensato, esta noche te vas a morir. ¿Para quién será el dinero que has acumulado?” Esto le pasa al que sólo busca dinero en esta vida y, sin embargo, es pobre en las cosas referentes a Dios.

Confianza en Dios Padre (12,22-34)
Poco después, paseando por el Retiro, dijo a sus discípulos:
- No andéis preocupados pensando qué vais a comer o qué ropa os vais a poner; porque la vida vale más que la comida y el cuerpo más que la ropa. Fijaos en esos gorriones: no tienen neveras, ni despensas y, sin embargo, Dios los alimenta. Y vosotros valéis mucho más que los pájaros.
- Y ¿quién de vosotros podrá añadir un mes al tiempo de su vida? Entonces, si no sois capaces de hacer las cosas más pequeñas, ¿por qué os agobiáis por las cosas importantes? Mirad esas flores tan maravillosas: no tienen armarios roperos y os aseguro que ni siquiera las mejores modelos se visten como cualquiera de ellas. Pues si a las hierbas del campo que duran sólo unos días, Dios las viste así, ¿no se va a preocupar mucho más por vosotros? De verdad, ¡qué poca fe tenéis! No viváis angustiados pensando qué vais a comer o beber. Los ateos y los descreídos son los que ponen todo su afán en las cosas materiales. Vosotros, confiad en vuestro Padre Dios y extended su reino por el mundo; todo lo demás se os dará por añadidura.
- Vosotros, discípulos míos y miembros del reino de Dios, estad tranquilos. No busquéis afanosamente el dinero; sed generosos y compartidlo con los más necesitados. Más bien, haceos ricos en las cosas que se refieren al reino de los cielos: allí no hay ladrones que os puedan arrebatar esas riquezas imperecederas. Mirad, donde tengáis vuestra riqueza, allí tendréis también vuestro corazón.

Empleados diligentes (12,35-48)
Jesús continuó enseñando a sus discípulos:
- En vuestra vida tenéis que ser como los buenos vigilantes nocturnos: están siempre en vela y listos para cualquier eventualidad. Dichosos vosotros, si estáis así de preparados cuando venga Dios a pediros cuentas al final de la vida; porque nadie sabe cuándo llegará ese momento. La muerte actúa como el ladrón: cuando menos te lo esperas. Por eso, tenéis que vivir siempre atentos, porque Dios puede llegar en cualquier momento.
Pedro le preguntó:
- Maestro, ¿esto lo has dicho sólo por nosotros o por todos los hombres?
- Es para todos ―les dijo Jesús. Mirad, un buen administrador actúa siempre correctamente, esté presente o no el dueño. En cambio, uno malo aprovecha la ausencia del dueño para cometer abusos, desfalcos y robos. Y si el dueño se presenta de improviso, comprobará su mala actuación y lo despedirá inmediatamente; porque al que se le dio mucho, se le exigirá también mucho.

Jesús, causa de división (12,49-53)
A la sombra de los árboles centenarios del Retiro, Jesús seguía enseñando a sus discípulos:
- ¡He venido a prender fuego en la tierra y estoy deseando que arda!
Los discípulos se miraban unos a otros desconcertados. No podían pensar que Jesús quisiera quemar el bosque. Él se dio cuenta enseguida:
- ¡Por favor, no seáis ingenuos! Os hablo del fuego del espíritu. Ése que crea una fuerte inquietud interior. Vamos a ver, ¿pensáis que he venido a traer la paz a la tierra? Pues no. Mi mensaje creará divisiones profundas, incluso en el seno de una misma familia.

Interpretar los acontecimientos (12,54-59)
Mucha gente se iba acercando a escuchar a Jesús. Y él les dijo:
- Aunque no veáis el parte meteorológico, todos sabéis que cuando vienen las nubes del oeste, anuncian lluvia; y cuando hay viento sur, tenemos días de mucho calor. En cambio, no sois capaces de interpretar mi presencia y mis palabras...
- Os aconsejo que no os metáis en pleitos con nadie. Es preferible llegar a un acuerdo con el adversario. Porque si no, el juez podría dar la razón a la parte contraria y acabaríais en la cárcel, hasta pagar el último céntimo.

Lecciones varias (13,1-9)
En ese momento, llegaron unos con la noticia del tsunami del Índico, que dejó a todos impresionados. Pasado el primer momento de conmoción, Jesús dijo a la gente:
- ¿Pensáis que los indonesios y tailandeses son peores que vosotros, por haber sufrido tal castigo de la naturaleza? No. Las desgracias naturales no tienen nada que ver con el buen o mal comportamiento de los hombres. Se rigen por las leyes físicas. Pero, aprovechando esta tragedia, yo os exhorto a que cambiéis de vida; a que no estéis tan apegados a las cosas materiales y a que penséis más en ayudar a los otros y en dar buenos frutos. Mirad, un hombre había plantado en su finca muchos árboles frutales. Todos daban abundante fruta, menos uno. Entonces, pensó en cortarlo. Pero sus peones le dijeron: “Jefe, no lo corte; déjelo un poco más. Vamos a cuidarlo especialmente y si el año que viene no diera fruto, haga con él lo que quiera”.

La mujer enferma y el domingo (13,10-17)
Un domingo, como de costumbre, estaba Jesús con los apóstoles ayudando en un centro REMAR, cuando se acercó hasta allí una mujer que padecía escoliosis. A Jesús le dio pena verla así de encorvada y le dijo:
- Mujer, quedas libre de tu enfermedad.
La mujer se enderezó al instante y, llena de alegría, agradeció a Jesús la curación. Todos se quedaron asombrados, menos los dos curas integristas que seguían siempre a Jesús. Éstos le dijeron:
- Hay seis días para trabajar y tiene usted que venir aquí un domingo, en lugar de estar en la iglesia. ¡Vaya ejemplo que está dando a la gente!
Jesús, mirándolos seriamente, les dijo:
- ¡Qué hipócritas son ustedes! Aplican los mandamientos y las normas al pie de la letra. Es importante ir a Misa los domingos, pero mucho más importante es ayudar al prójimo en sus necesidades. Y si hubiera conflicto de intereses, hay que elegir en conciencia lo que sea prioritario.
Los presentes estallaron en un aplauso espontáneo, mientras los dos curas se retiraban llenos de rabia.

Parábolas del reino de Dios (13,18-21)
Aprovechando que había mucha gente a su alrededor, Jesús les dijo:
- ¿A qué se parece el reino de Dios? A un pequeño ‘chip’, aparentemente minúsculo y sin importancia; pero que encierra una enorme energía en su interior. También se parece a un átomo de uranio, cuyo tamaño es microscópico; pero, mediante el proceso de fisión, produce una energía extraordinaria.

La puerta estrecha (13,22-30)
Estaba Jesús preparando el discurso que iba a pronunciar en Nueva York, cuando alguien le preguntó:
- Maestro, ¿son muchos o pocos los que se salvan y van al cielo?
Jesús le contestó:
- El cielo es como un castillo medieval: difícil de conquistar. Procurad entrar por su estrecha puerta levadiza; porque muchos lo intentarán en vano. Una vez que el señor del castillo cierre la puerta, será inútil gritarle desde fuera que la abra. Y algunos querrán entrar diciéndole que son sus amigos: que han comido, han bebido y han paseado con él. Pero el señor les dirá que no los conoce y que en su castillo no entran los que han practicado la injusticia. Y dentro habrá personas venidas de países muy lejanos, porque en el reino de Dios muchos que ahora son los últimos serán los primeros y muchos que son los primeros serán los últimos.

Lamento sobre Nueva York (13,31-35)
Poco después, se acercaron unos delegados sindicales a decirle:
- Jesús, ten cuidado. Sabes que hay gente importante, incluso entre la clase política, que quiere hacerte daño. Y sospechamos que han pasado informes de tus actuaciones a las autoridades de Estados Unidos.
Jesús les contestó:
- Decid a esa gente tan importante que durante unos días seguiré enseñando aquí con toda libertad y que dentro de poco terminaré. Pero no me van a impedir que viaje a Nueva York, pues tengo el pasaporte en regla. Y es muy importante lo que voy a hacer allí... ¡Nueva York, Nueva York, ciudad llena de contradicciones, que recibes con todos los honores a los ricos y famosos y marginas a los negros y a los hispanos del Bronx! ¡Nueva York, te esperan días difíciles!


Los invitados (14,1-14)
Un domingo, el vicario general de la diócesis invitó a comer a Jesús. Allí estaban dos diputados conservadores y varios sacerdotes conocidos por su marcado integrismo. Mientras estaban en el salón, Jesús les preguntó:
- ¿Se puede trabajar los domingos?
- Depende ―le contestaron prudentemente los sacerdotes.
- ¿Depende de qué? No me gustan las interpretaciones que hacen ustedes. Son excesivamente rigoristas e interesadas. Les recuerdo lo que ya he dicho en varias ocasiones: “La ley es para el hombre; no el hombre para la ley”.
Al pasar al comedor, Jesús observó que algunos se sentaban en los sitios preferentes. Entonces, hizo los siguientes comentarios a los que tenía a su lado:
- Si alguien les invita a un banquete importante, no se sienten en los puestos principales, porque puede llegar otra persona de mayor rango y el anfitrión tenga que decirles que dejen su sitio al recién llegado, pasando ustedes un mal rato. Al contrario, cuando les inviten, colóquense en el último puesto; así cuando llegue el anfitrión, les dirá que se pongan en un sitio más importante y quedarán muy bien ante los otros invitados. Porque han de saber que en el reino de Dios, a todo el que se encumbra lo rebajarán y a todo el que se rebaje lo encumbrarán.
Y al vicario general le dijo:
- Cuando dé usted una comida o una cena, no invite a sus amigos, ni a sus familiares, ni a políticos, ni a gente rica o famosa. Porque ellos le devolverán la invitación y quedará usted pagado. Cuando organice una comida, invite a pobres, marginados e inmigrantes. Ellos no podrán devolverle la invitación; pero usted tendrá un premio grande en el cielo.

Parábola del gran banquete (14,15-24)
Al oír esto, uno de los comensales, le dijo:
- ¡Dichoso el que sea invitado al banquete del reino de Dios!
Jesús le contestó:
- Mire, un señor daba un gran banquete y convidó a mucha gente. Por medio de su secretario, les envió tarjetas de invitación. Al cabo de unos días, recibió muchas llamadas telefónicas de los invitados, justificando su inasistencia. Unos le decían que ese día estarían de viaje; otros, que tenían un compromiso ineludible; otros, que tenían que asistir a una boda. El señor, indignado, le dijo a su secretario que se fuera a la plaza de Tirso de Molina y que invitara a los pobres, a los marginados y a los inmigrantes que encontrara por allí. La casa se llenó y con ellos celebró el gran banquete, mientras pensaba en su interior: “Ninguno de los primeros convidados probará mi banquete”.

Condiciones para ser discípulo de Jesús (14,25-35)
El sábado siguiente se fue a la Casa de Campo y allí lo esperaba mucha gente. Jesús aprovechó para decirles:
- Si alguno quiere ser mi discípulo, ha de quererme a mí más que a su padre, a su madre, a su mujer, a su marido, a sus hijos, a sus hermanos e incluso más que a sí mismo. Seguirme a mí ha de ser la opción fundamental de su vida. El que no cargue con su cruz y me siga, no puede ser discípulo mío... Si alguien quiere construirse una casa, lo primero que hace es calcular los gastos, para ver si puede terminarla. De lo contrario, podría quedar a medio construir, con la consiguiente vergüenza del propietario. Y cuando el presidente de un país decide entrar en guerra con otro país, es porque antes ha comprobado que su ejército es muy superior al de su contrario. Nadie declara la guerra a un enemigo con un ejército mucho más poderoso que el suyo... Os lo vuelvo a repetir: el que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío. La sal es buena; pero si se estropea y se vuelve sosa, no sirve para nada: hay que tirarla a la basura. ¡El que tenga oídos para oír, que oiga!

Parábola de la oveja perdida (15,1-7)
Estaba un día Jesús en la plaza Soledad Torres Acosta rodeado, como en anteriores ocasiones, de prostitutas, drogadictos e inmigrantes. A lo lejos, dos sacerdotes integristas lo criticaban diciendo:
- Éste siempre está con gente de mal vivir y como dice el refrán: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.
Jesús captó su conversación y contó a todos esta parábola:
- En una dehesa de Segovia había un pastor que tenía cien ovejas. Un día, al contarlas, vio que le faltaba una. Dejó el rebaño en el redil y se fue en busca de la que faltaba. Tres horas después la encontró acurrucada junto a una roca. Feliz, regresó a la dehesa, con la oveja al hombro y avisó a sus compañeros: “Chicos, estoy de enhorabuena, la encontré. Os invito a una caña”. Os aseguro que lo mismo pasa en el cielo. Hay más alegría por una persona que se arrepiente de su mala vida y vuelve al buen camino, que por noventa y nueve buenas personas que no necesitan enmendarse.

Parábola del billete perdido (15,8-10)
Jesús continuó con otra parábola:
- Mirad, si una mujer tiene diez billetes para pagar el alquiler de su casa y pierde uno, ¿no empezará a revolver todos los cajones y a barrer hasta el último rincón de la casa hasta encontrarlo? Y cuando al fin lo encuentra, va enseguida a comunicárselo a sus vecinas: “¡María! ¡Lola! acabo de encontrarlo; estaba debajo del armario de mi habitación. Estoy encantada. Os invito a tomar café.” Os digo que la misma alegría sienten los ángeles de Dios por una sola persona que se enmienda de su mala vida.

Parábola del hijo pródigo (15,11-32)
Jesús les contó otra parábola:
- Un empresario rico y viudo tenía dos hijos: el mayor de veintidós años y el menor de diecinueve. Un día, el hijo pequeño le dijo: “Papá, me quiero ir a conocer mundo. Ya no quiero estar en casa. Soy mayor de edad y, de acuerdo con el testamento de mamá, me corresponde la mitad de la herencia. La quiero cuanto antes”. El padre se entristeció, pero al cabo de unos días le dio a su hijo pequeño los dos millones de euros que le correspondían. Una semana después, el hijo se marchó a conocer mundo. Vivió como un ‘play boy’ en los mejores hoteles de Europa, en los rincones más elitistas de Asia y África, en las islas paradisíacas de la Polinesia y en los lugares de privilegio de la ‘jet set’ americana. Con ese ritmo de gastos, al cabo de unos años se quedó arruinado y tuvo que buscar trabajo. Un granjero de Arkansas le ofreció un puesto de cuidador de ganado y lo aceptó. Mientras cuidaba los animales se acordaba de su casa: “El personal de servicio de mi padre vive mucho mejor que yo; pero me da vergüenza regresar a casa... ¡Qué va a pensar papá!” Y así estuvo varias semanas, hasta que no aguantó más: ”Me es igual lo que piense la gente. ¡No puedo seguir así! ¡Tengo que regresar! Le pediré perdón a papá y le diré que me contrate como el último empleado de su empresa...” Al día siguiente, se despidió del granjero y se fue al aeropuerto. Entretanto, el padre tenía la corazonada de que su hijo iba a regresar y salía todas las tardes al jardín de su casa y se asomaba a la puerta, para ver si aparecía. Hasta que un buen día lo vio a lo lejos: “¡Sí, es él!” Y salió a la calle a abrazarlo y a cubrirlo de besos. “¡Hijo, qué alegría; has regresado!” El joven comenzó a disculparse: “Papá, lo siento de verdad... Me he portado fatal contigo... He deshonrado nuestro apellido... Ya no merezco ser tu hijo”. El padre seguía abrazándolo: “¡No digas tonterías, hijo! ¡Ya estás en casa y eso es lo único importante!” El padre dijo a los empleados: “Rápido, llevad al chico a su habitación; preparadle un buen baño de agua caliente y sacadle ropa nueva del armario. Y llamad por teléfono a ‘Jockey’ para que nos traiga la mejor cena que tenga y contratad también una orquesta. ¡Estoy feliz; todos dábamos por muerto a mi hijo y ha vuelto a vivir!” A mitad de la cena, llegó el hijo mayor y preguntó a los empleados a qué se debía aquella fiesta. “Es que ha regresado tu hermano y vuestro padre ha organizado una cena de lujo.” Y le dio tanta rabia que no quería pasar al comedor. Al enterarse su padre, salió y le dijo: “Hijo, pasa, que ha vuelto tu hermano”. Pero él le contestó: “¡No hay derecho, papá! Yo llevo toda la vida contigo, ayudándote a llevar la empresa y jamás has tenido un detalle conmigo. Y llega ese desgraciado que se ha liquidado la herencia a base de juergas y orgías y encima le haces una fiesta.” El padre, apenado, le replicó: “¡Qué dices, hijo! ¡Sabes muy bien que ésta es tu casa, que todo lo mío es tuyo y que puedes hacer lo que quieras! Pero hoy había que organizar una gran fiesta, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a vivir.”

Parábola del administrador (16,1-15)
La gente, emocionada, seguía escuchando a Jesús. Y él les contó otra parábola:
- Un empresario muy rico tenía un administrador con fama de derrochar el dinero de la empresa. Un día lo llamó y le dijo: “Me he enterado de todo. Quedas despedido.” El administrador, preocupado por su situación, se puso a reflexionar: “¿Y qué voy a hacer ahora? ¿Quién me va a dar trabajo? Porque, con mis estudios, me da vergüenza trabajar como peón o como mozo de almacén... ¡Ah, ya sé lo que haré cuando me echen de la administración!” Al día siguiente, fue llamando, uno por uno, a los grandes clientes de la empresa. Le preguntó al primero: “¿Cuánto debe usted a la empresa?” “Doscientos mil euros, a pagar en cuatro meses”. El administrador le dijo: “Le perdono una letra. Ahora debe ciento cincuenta mil, a pagar en tres meses”. Llegó el segundo y le preguntó: “¿Cuánto debe usted a la empresa?” “Noventa mil euros, en tres letras de treinta mil cada una”. El administrador le dijo: “Le perdono una letra. Le quedan sólo sesenta mil por pagar.” Y así fue haciendo con todos los deudores. Cuando el empresario se enteró, no quiso denunciarlo, sino que reunió a sus asesores y les comentó la enorme e injusta sagacidad con la que había actuado el administrador, para que alguno de aquellos deudores le ofreciera trabajo.
- ¿Habéis entendido la lección? Vosotros tenéis que preocuparos de las cosas del espíritu con el mismo interés que se ocupa la gente de las cosas materiales. Ganaos amigos haciendo el bien a la gente y dejando a un lado el maldito dinero. De esta manera, al final de vuestras vidas os recibirán en la casa del Padre. Quien es de fiar en las cosas pequeñas, lo será también en las importantes; y quien no es honrado en lo poco, tampoco lo será en lo mucho. Nadie puede ser al mismo tiempo secretario personal y hombre de confianza de dos empresarios de la competencia; porque, a la larga, buscará el provecho de uno y la ruina del otro. No se puede servir a dos señores: no podéis confiar en Dios y en el dinero.
Al escuchar esto último, los sacerdotes integristas –muy amigos de los ricos empresarios y de los políticos conservadores- hicieron un gesto de burla a Jesús. Él se dio cuenta y les dijo:
- A ustedes, que se creen tan perfectos e intachables, Dios los conoce por dentro y Él sabe que tienen que cambiar muchas cosas en su conducta.

El reino de Dios y el matrimonio (16,16-18)
Jesús continuó diciendo a la gente:
- El Antiguo Testamento, es decir la ley de Moisés y los profetas, terminó con mi primo Juan. Conmigo ha llegado el Nuevo Testamento, la nueva expresión del reino de Dios; y parece que todos se han confabulado contra él. Pero os aseguro que mi mensaje es verdadero y durará para siempre. Os voy a poner un ejemplo: antes se permitía en ciertas circunstancias la poligamia y el divorcio. Pues yo os digo que el que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la divorciada también comete adulterio.

Parábola del rico y del pobre Lázaro (16,19-31)
Jesús les contó otra parábola:
- Había una vez un hombre muy rico que vestía todos los días trajes de los mejores modistos y frecuentaba sólo restaurantes de lujo. A la puerta de uno de estos restaurantes, se sentaba Lázaro, enfermo de sida y sin subsidio de paro. El portero le permitía estar allí, con tal de que no molestase a los ilustres comensales. Cuando salía el rico, le pedía que le diera las sobras de la comida. “Son para mi perro” ―le contestaba y pasaba de largo. Al cabo de un tiempo, el sida y el hambre acabaron de consumir a Lázaro, que murió sin que nadie le llorara. Y los ángeles lo llevaron al gran banquete del cielo. Poco después, murió de cáncer el hombre rico, que tuvo un entierro multitudinario. Y fue llevado hasta lo más profundo del infierno. En medio de los tormentos, miró hacia arriba y vio a Lázaro que estaba junto a Abraham. Entonces gritó: “Abraham, por favor, dile a Lázaro que me traiga un poco de agua; porque me abraso de calor.” Pero Abraham le contestó: “Recuerda que en vida tú disfrutaste de todos los placeres imaginables y no compartiste ninguno; en cambio, Lázaro sufrió mucho. Por eso, ahora él recibe toda clase de consuelo y tú sufres y te desesperas. Además, es imposible pasar de aquí para allá, ni de allí para acá.” El hombre rico insistió: “Abraham, si es así, envía por lo menos a Lázaro a casa de mis hijos y de mis hermanos, para que cambien de vida y no acaben como yo en este lugar tan horrible.” Abraham le dijo: “Que vayan a la iglesia y escuchen la palabra de Dios”. El rico siguió insistiendo: “No, Abraham, ellos no van a la iglesia; pero si se les apareciera un muerto, entonces cambiarían de vida.” Abraham le replicó: “Si no escuchan la palabra de Dios que los sacerdotes predican en las iglesias, tampoco harán caso a un muerto que resucite.”

Recomendaciones a los discípulos (17,1-10)
En otra ocasión, Jesús les dijo a sus discípulos:
- Es inevitable que haya escándalos: casi todos los días se escuchan casos de pederastia o de pornografía infantil por Internet; pero, ¡ay de aquél que los provoca! Más le valdría que le ataran una piedra a los pies y lo arrojaran al fondo del mar, antes que escandalizar a uno de estos niños pequeños... Si alguien te ofende, llámale la atención; y si se disculpa, perdónalo; y si te ofende varias veces al día y luego se disculpa, perdónalo siempre.
Los apóstoles se dieron cuenta de que es muy difícil perdonar; por eso, le pidieron a Jesús:
- Maestro, danos un corazón grande para amar y para tener fe.
Jesús les contestó:
- Si tuvierais al menos una pizca de fe, le diríais a ese árbol: “Arráncate de raíz y plántate en el estanque del Retiro” y os obedecería... Mirad, si un hombre rico tiene un mayordomo en su casa, cuando regresa no le dice: “Bautista, siéntate que voy a servirte un aperitivo”. No. Más bien le dice: “Prepárame la cena para dentro de veinte minutos”. Y el mayordomo obedece. Y está contento con el trabajo que hace. Pues vosotros, lo mismo: cuando hayáis cumplido con vuestras obligaciones, decid: “Somos unos pobres empleados que, simplemente, hemos hecho lo que teníamos que hacer.”

Cura a diez enfermos de sida (17,11-19)
Al anochecer, cuando se marchaba de la plaza Soledad Torres Acosta, se le acercaron diez enfermos de sida rogándole:
- Maestro, nadie nos hace caso; todos huyen de nosotros. Pero nos han dicho que tú eres diferente, que eres un tipo legal. Por favor, cúranos.
Jesús, al verlos, les dijo:
- Entrad en esa iglesia y pedidle al cura que os bendiga.
Mientras se dirigían a la iglesia, quedaron curados de su enfermedad. Uno de ellos, notando que ya estaba sano, regresó para agradecer a Jesús la curación. Era un inmigrante. Jesús preguntó:
- ¿No han quedado curados los diez? ¿Dónde están los otros nueve? Sólo ha habido una persona agradecida y tiene que ser, precisamente, este extranjero.
Y le dijo:
- Vete en paz, tu fe te ha curado.

La llegada del reino de Dios (17,20-37)
Al día siguiente, se le acercaron unos curas integristas y le preguntaron cuándo iba a llegar el reino de Dios. Jesús les respondió:
- La llegada del reino de Dios no está sujeta a ningún cálculo. Y nadie podrá decir: “Mira, esta aquí o está allí”. No, así no es. El reino de Dios está dentro de cada uno de vosotros.
Ante esta respuesta, se retiraron. Más tarde, dijo Jesús a sus discípulos:
- Llegará un momento en que desearéis enormemente estar conmigo y no podréis, porque me habré ido con mi Padre. Pero antes tengo que ser rechazado por mucha gente y padecer unos sufrimientos terribles.
- Lo que pasó en tiempos de Noé y de Lot, también pasará cuando yo regrese otra vez: la gente comía, bebía, trabajaba y se divertía, hasta que llegó primero el diluvio y, luego, la destrucción de Sodoma. Así sucederá cuando yo vuelva al final de los tiempos: aquel día, el que pretenda poner a salvo su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará.
Los discípulos se quedaron perplejos y preocupados ante estas misteriosas palabras.

Parábola de la viuda y el juez (18,1-8)
En otra ocasión, Jesús les dijo a sus discípulos que tenían que orar siempre y no desanimarse. Y para que lo entendieran mejor, les contó esta parábola:
- En cierta ciudad había un juez que abusaba de su cargo: el cohecho y la prevaricación eran su pan de cada día. En esa misma ciudad, vivía una pobre viuda que acudía todos los días al despacho del juez, para que le hiciera justicia frente a un adversario. Durante más de dos meses, fue todos los días a visitarlo y éste siempre ordenaba que la despidieran. Al final, se hartó: “Esta mujer me está amargando la vida. Voy a dictar una sentencia a su favor, para que me deje en paz de una vez.”
Y Jesús añadió:
- ¿Os habéis fijado cómo actuó el juez injusto? ¿Pensáis que vuestro Padre Dios no va a actuar con vosotros mejor que el juez, si acudís a Él día y noche con toda confianza? Pero cuando yo regrese, ¿encontraré una fe semejante en la tierra?

El cura integrista y el director de Banco (18,9-14)
Un día, observando Jesús que habían acudido a escucharle varios curas integristas, les dirigió esta parábola:
- En cierta ocasión, dos hombres acudieron a la iglesia a rezar: un cura integrista y un director de Banco. El primero de ellos, se arrodilló en el primer banco y se dirigió a Dios: “Señor, te doy gracias porque todos los días rezo mis oraciones y digo Misa, no voy al cine ni a bares, sólo veo el telediario y los documentales de TV, nunca hablo a solas con mujeres, ni me junto con gente de mala vida y siempre llevo sotana para no ocultar mi identidad. Señor, te doy gracias, porque no soy como esos curas modernos que se visten como los seglares, viven en las barriadas en medio de gente extraña, asisten a mítines políticos y trabajan como los obreros. Y tampoco soy un ladrón como ese banquero que está ahí detrás y seguro que además está divorciado. Gracias, Señor, gracias.” El banquero, en cambio, estaba al final de la iglesia y no se atrevía ni a mirar al altar. En voz muy baja, repetía: “Perdóname, Señor, porque soy un egoísta y sólo me interesa el dinero. Te prometo que voy a cambiar. Ayúdame a ser más generoso con los demás. Perdóname, Señor.” Os aseguro que este último llegó a su casa con el alma limpia y tranquila, porque Dios le perdonó sus faltas. Pero al cura integrista, no. Llegó a su convento con un pecado más: la soberbia. Porque en el reino de Dios, el que se encumbra, será humillado y el que se humilla, será encumbrado.

Jesús y los niños (18,15-17)
Un día, se acercaron varias madres a Jesús, para presentarle a sus hijos pequeños. Pero los apóstoles las regañaban y les decían que no molestaran al maestro. Pero Jesús, recriminándoles su actitud, les dijo:
- Dejad que los niños vengan conmigo; no se lo impidáis, porque ellos y los que son como ellos heredarán el reino de los cielos. Os aseguro que si no sois limpios, sinceros y espontáneos como los niños, no entraréis en el cielo.

El joven ‘yuppi’ (18,18-30)
Poco después, se acercó un joven ‘yuppi’ que trabajaba en una multinacional cerca de la Gran Vía y le preguntó a Jesús:
- Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para entrar en el reino de los cielos?
- ¿Por qué me llamas ‘bueno’? Sólo Dios es bueno de verdad ―le dijo Jesús.
- Maestro, llevo varios días observándole. Y he comprobado que sólo hace y dice cosas buenas: usted es realmente una buena persona.
- Bien; para entrar en el reino de los cielos, ya sabes el camino: no cometas adulterio, no mates, no robes, no des falso testimonio, honra a tu padres.
- Desde niño he cumplido todo eso ―contestó el joven.
Jesús se emocionó al oír aquello y le dijo al joven:
- Aún te queda una cosa: vende todo lo que tienes y reparte el dinero a los pobres, porque Dios será tu riqueza; y, después, sígueme, únete a mi grupo.
Al oír aquello, el joven se puso muy triste, porque tenía muchísimo dinero y no se atrevió a dar el paso que Jesús le sugería. Jesús, viéndolo alejarse, dijo a los presentes:
- ¡Qué difícil es que entren en el reino de Dios los que tienen mucho dinero! Es más fácil que un analfabeto consiga el Premio Nobel a que un rico entre en el reino de Dios.
Los presentes, asombrados, exclamaron:
- Entonces, ¿quién puede entrar en el reino de Dios?
Jesús les contestó:
- Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.
Pedro, que estaba muy atento a estas palabras de Jesús, le dijo:
- Maestro, nosotros hemos dejado todo lo que teníamos y te hemos seguido.
- Os aseguro que los que hayan dejado todo por el reino de Dios, recibirán en esta vida mucho más y en la otra, el cielo eterno.

Anuncia nuevamente su muerte y resurrección (18,31-34)
Unos días después, Jesús les dijo a los Doce:
- Mirad, dentro de poco me voy a Nueva York y allí se va a cumplir todo lo que se había escrito sobre mí: me entregarán a los militares, se burlarán de mí, me maltratarán y me matarán; pero al tercer día resucitaré.
En ese momento, los Doce no entendieron nada de lo que les acababa de decir. Aquel lenguaje seguía siendo un enigma para ellos. Sólo lo entenderían más tarde, cuando todo ocurrió tal como lo había dicho Jesús.

El ciego de Villaverde (18,35-43)
Al anochecer, cuando regresaban a Villaverde, un ciego que vendía cupones de la ONCE preguntó quiénes eran:
- Es Jesús, el maestro, y su grupo ―le contestaron.
Entonces, el ciego, que había oído hablar de las curaciones prodigiosas de Jesús, salió del quiosco gritando:
- ¡Eh, Jesús, maestro! ¿No podría usted hacer algo por mí?
- Manolo, cállese, no moleste al maestro ―le dijeron unos vecinos.
Pero el ciego, sin hacerles caso, seguía gritando más:
- ¡Jesús, por favor, haga algo por mí como lo ha hecho por otros!
Jesús se detuvo, le indicó que se acercara y le preguntó:
- ¿Qué quieres que haga por ti?
- Maestro, es triste ser ciego; quiero ver.
Jesús le contestó:
- Recobra la vista; tu fe te ha curado.
En ese mismo momento, comenzó a ver y daba gritos de alegría:
- ¡Veo, puedo ver! ¡Qué maravilla! ¡Gracias, maestro! ¡Que Dios le bendiga!

Benjamín Zamudio (19,1,10)
Al día siguiente, víspera de su viaje a Nueva York, estaba Jesús rodeado de mucha gente en el parque de la Dehesa Boyal. En esto, un inspector de Hacienda llamado Benjamín Zamudio tenía curiosidad por conocer a Jesús; pero como era muy bajo, no alcanzaba a verlo entre tanta gente. Entonces, se subió a un tobogán del parque infantil para poder verlo. Jesús levantó la vista y le dijo:
- Señor Zamudio, venga, por favor; deseo hablar con usted en privado.
El inspector de Hacienda se admiró de que Jesús supiera su nombre. Bajó del tobogán y, acercándose a Jesús, lo invitó a comer a su casa. Jesús aceptó de buen grado. Y alguno de los presentes se puso a murmurar:
- Si en el fondo hace lo mismo que todos: se va a comer con los ricos y busca sus influencias.
Benjamín Zamudio, durante la comida, le confesó a Jesús lo que había hecho para ganar tanto dinero: tráfico de influencias, desvío de fondos, aceptación de sobornos y un largo etcétera. Mientras tomaban el café, añadió:
- Maestro, voy a entregar la mitad de mi fortuna a una ONG; y a las personas a las que he robado, les devolveré cuatro veces más de lo sustraído.
Jesús le contestó:
- Señor Zamudio, hoy es un día muy feliz para los de esta casa. Este es el auténtico camino para entrar en el reino de Dios. Y usted ya lo ha recorrido.

Parábola de las mil monedas de plata (19,11-28)
Por la tarde, Jesús regresó al parque, consciente de que iba a ser la última vez que se dirigía a sus vecinos. A los que se congregaron a su alrededor, les contó esta parábola:
- En un país del lejano Oriente había un príncipe que pronto iba a ser coronado rey. Reunió a los empleados de su palacio y les repartió mil monedas de plata a cada uno diciéndoles: “Negociad con este dinero hasta mi regreso”. Algunos súbditos lo odiaban y no lo deseaban como rey. Pasado un tiempo, regresó a su palacio con el título real y fue llamando a sus empleados, para preguntarles lo que habían hecho con el dinero. Se presentó el primero y le dijo: “Majestad, las mil monedas que me dio han producido diez mil”. El rey le contestó: “Muy bien, eres un empleado diligente; te nombro gobernador de diez ciudades.” Se acercó el segundo empleado y le dijo: “Majestad, usted me entregó mil monedas; aquí tiene cinco mil”. Y el rey también lo felicitó: “¡Enhorabuena! Has sabido negociar con mi dinero; te nombro gobernador de cinco ciudades”. Y así fueron pasando todos los empleados, que habían sacado rendimiento al dinero y que recibieron, como premio, el mando de diferentes ciudades. Por fin llegó el último, que le dijo: “Majestad, aquí tiene usted las mil monedas de plata que me entregó. No quería perderlas y las guardé en una caja fuerte; porque sé que usted es muy exigente y siempre reclama más de lo que ofrece”. El rey le contestó: “Por tu boca te condeno, empleado inútil. Sabes que soy exigente y que reclamo más de lo que presto. Entonces, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Ahora me habrías entregado los intereses”. El rey, enfadado, se dirigió a los demás empleados: “Quitadle las mil monedas de plata y dádselas al que tiene diez mil”. Le replicaron: “¡Majestad, si ya tiene diez mil! Y el rey les advirtió: “Os digo que a todo el que produce se le dará más y al que no produce, se le quitará hasta lo que tiene. Y a esos enemigos míos que no me querían como rey, los condeno a cadena perpetua”.
La gente se quedó perpleja al escuchar esta parábola; pero nadie se atrevió a hacerle preguntas. Jesús se retiró a hacer los últimos preparativos para su viaje.

Recibimiento apoteósico en Nueva York (19,29-44)
Jesús y los Doce viajaron a Nueva York. Las dietas eran muy generosas y deseaba tener testigos de lo que iba a ocurrir en esos días. Al llegar al aeropuerto Kennedy, lo esperaban decenas de periodistas y cientos de personas ansiosas por conocer de cerca al personaje del año, según la revista Time. La organización del congreso de Derechos Humanos había preparado un recibimiento propio de Jefe de Estado. Y los vítores constantes del público completaron la apoteósica acogida: “¡Bienvenido a América, Jesús! ¡Eres el mejor!”. Unos reverendos integristas se acercaron a Jesús y le dijeron:
- Maestro, haga callar a esta gente. No es para tanto.
Jesús les contestó:
- Si éstos se callasen, gritarían las piedras.
Más tarde, cuando se acercaban a la ciudad en coche, dijo en voz alta mientras contemplaba los rascacielos:
- Nueva York, si conocieras el camino que lleva a la paz... Pero no tienes ojos para verlo. Por eso, llegará un día en que tus enemigos te ataquen, porque no reconociste la oportunidad que Dios te daba.

Expulsa a los vendedores de la catedral (19,45-48; 20,1-8)
Al día siguiente, paseando Jesús por la Quinta Avenida se acercó a la catedral de St. Patrick. Observó que algunos vendedores de objetos religiosos habían invadido el interior del templo. Entonces, con gran autoridad y energía, comenzó a echarlos afuera, diciéndoles:
- Mi casa es una casa de oración y ustedes la han convertido en un antro de ladrones y mercenarios. ¡Fuera de aquí!
Muchos de los que presenciaron la escena comenzaron a aplaudir. Pero algunos sacerdotes le increparon:
- ¿Y usted quién es para echarlos? ¿Tiene alguna orden del juez?
Jesús les replicó:
- También yo les voy a hacer una pregunta. ¿El mensaje de Juan, el famoso periodista que murió en Bagdad, era cosa de Dios o era un farsante?
Ellos se pusieron a deliberar: “Si decimos que era cosa de Dios, nos dirá que por qué no le hicimos caso; y si decimos que era un farsante, los fieles nos criticarán, porque están convencidos de que era un auténtico profeta y un santo”. Por eso le contestaron:
- No lo sabemos.
Entonces Jesús les dijo:
- Pues yo tampoco les diré por qué he actuado así.
Jesús siguió su camino por la Quinta Avenida. Pero los sacerdotes, molestos con Jesús, fueron a ponerle una denuncia ante la oficina del sheriff.

Parábola de los agricultores (20,9-19)
Terminada con éxito la primera ponencia en el Congreso sobre Derechos Humanos, Jesús se fue con los Doce al Central Park. Allí se reunió mucha gente a su alrededor –también estaban algunos de los sacerdotes que lo habían denunciado- y les contó la siguiente parábola:
- Un hombre tenía una gran finca. La arrendó a unos agricultores y se marchó de viaje al extranjero. Al cabo de un año, envió a un empleado suyo para cobrar el arrendamiento; pero los agricultores le dieron una paliza y lo despidieron con las manos vacías. Un tiempo después, envió a otro empleado; pero a éste también lo golpearon y lo dejaron medio muerto en mitad del campo. Más tarde, envió a su administrador, pensando que lo respetarían; pero los agricultores hicieron con él lo mismo que con los anteriores: lo molieron a golpes y lo dejaron moribundo a las afueras de la finca. El dueño pensó: “¿Qué puedo hacer con esta gente? Ya sé. Les enviaré a mi propio hijo; a él lo respetarán y le pagarán lo que me deben”. Y así lo hizo. Cuando los agricultores vieron llegar al hijo, se dijeron unos a otros: “Este es el heredero. Lo matamos y nos quedamos con la finca”. Efectivamente, en cuanto entró en la propiedad, lo acorralaron y lo mataron.
- Y ahora os pregunto: ¿qué hará el dueño de la finca con estos agricultores asesinos? Los entregará a la justicia y buscará otros arrendatarios, ¿no?
Los sacerdotes, dándose cuenta de que la parábola iba por ellos, enfurecidos fueron otra vez a la policía para denunciar a Jesús por exponer doctrinas revolucionarias.

La invasión de Irak (el tributo al César) (20,20-26)
La policía de Nueva York, alertada por las denuncias de los sacerdotes, envió a unos agentes secretos para que siguieran a Jesús las veinticuatro horas del día. Una tarde, cuando estaba Jesús otra vez hablando a la gente en el Central Park, se acercaron a él y le preguntaron:
- Maestro, sabemos que usted siempre dice la verdad, sin temor a ser malinterpretado. Por eso, queremos saber su opinión: ¿hizo bien o mal el Presidente en ordenar la invasión de Irak?
Jesús, dándose cuenta de su mala intención, les dijo:
- Tráiganme los periódicos de hoy.
Ellos le presentaron el ‘New York Times’ y el ‘Wall Street Journal’. Jesús los hojeó brevemente y les dijo:
- Unos alaban la decisión del Presidente y otros la critican. Pero mi misión no consiste en impartir lecciones de política, sino en instaurar el reino de Dios en la tierra. Dejen los asuntos de estado a los gobernantes y trabajen para que reine en el mundo la justicia, el amor, la solidaridad y la paz: éstas son las señales de mi reino.
Todos se quedaron asombrados de su respuesta. Sin embargo, los agentes seguían buscando la ocasión para sorprender a Jesús en alguna acción delictiva.

Inquietudes sobre la otra vida (20,27-40)
Poco después, un ‘broker’ de Wall Street, que sólo creía en el poder del dinero y no tenía ninguna inquietud religiosa, le preguntó para probarle:
- Maestro, ¿usted cree que hay otra vida después de la muerte?
Jesús lo miró en silencio. El ‘broker’ continuó:
- Su mirada me ha dicho que sí... Pues bien, una mujer viuda que se haya vuelto a casar, ¿de cuál de los dos hombres será esposa en la otra vida?
Jesús le respondió:
- En esta vida los hombres y las mujeres se casan; en cambio, después de la resurrección no habrá matrimonios; todos serán como ángeles. Pero tenga usted en cuenta que la otra vida se gana ahora con actos de solidaridad y amor a los demás.
El ‘broker’ se alejó confundido, mientras la gente hacía signos de aprobación al escuchar la respuesta de Jesús.

¿El Mesías descendiente de David? (20,41-44)
Entre los que escuchaban atentamente a Jesús, se encontraba un judío que se atrevió a decirle:
-Maestro, nosotros los judíos esperamos que venga un descendiente de David, el Mesías, a fortalecer el estado de Israel y a aclararnos todo lo referente a la verdadera religión.
Entonces Jesús le preguntó:
- ¿Y cómo dicen ustedes que el Mesías es descendiente de David, si él mismo en el libro de los Salmos lo llama ‘señor’? Un padre no llama ‘señor’ a su hijo.
El judío no supo qué responder y se retiró.

Jesús denuncia a los malos políticos (20,45-47)
Antes de retirarse al hotel, dijo Jesús a todos los presentes:
- ¡Cuidado con los malos políticos! A ésos sólo les gusta pasear en limusina, asistir a eventos importantes, ser invitados por los ricos y famosos, buscar su propio provecho y el de los suyos y volver a ser elegidos en los siguientes comicios. En el juicio definitivo recibirán una sentencia severísima.

El donativo de la mujer pobre (21,1-4)
Pasando delante del Rockefeller Center, Jesús observó cómo mucha gente rica depositaba importantes sumas de dinero en la mesa de una conocida ONG. Se fijó también en una mujer de color, muy pobre, que echaba cincuenta centavos. Entonces, dijo a sus discípulos:
- Esa mujer ha dado más que nadie a la ONG; porque los otros han depositado lo que les sobraba, pero ella ha entregado lo que necesita para vivir.

Jesús predice la ruina de la ciudad y su segunda venida (21,5-38)
Mientras caminaban hacia el hotel por las calles de Manhattan, sus discípulos, asombrados, le comentaban a Jesús lo fantásticos que eran esos
rascacielos. Sin embargo, Jesús les dijo:
- Llegará un día en que estos grandes edificios se vendrán abajo y la ciudad será una ruina.
Ellos le preguntaron:
- Maestro, nos dejas desconcertados... y ¿cuándo va a ocurrir eso?
Jesús les respondió:
- Llegarán momentos difíciles y de mucha confusión. Algunos, incluso, se presentarán ante el mundo usando mi título y afirmando que ellos son el Mesías prometido. No les hagáis caso. Antes de la destrucción final, habrá guerras y revoluciones por todas partes. Pero esto no ocurrirá de inmediato... Esos días serán terribles: habrá grandes terremotos, huracanes, epidemias y desgracias continuas. Y a vosotros os odiarán, os perseguirán y os llevarán a juicio por ser discípulos míos. Pero no os preocupéis por vuestra defensa, ni por vuestra vida, porque yo estaré con vosotros y os inspiraré los argumentos más eficaces y convincentes... Cuando esta ciudad soporte días de asedio constante, sabed que está cerca su destrucción. Su destino será como el de Cartago, Jerusalén, Dresde o Hiroshima... En ese tiempo, los hombres vivirán aterrorizados por fenómenos meteorológicos extraños y maremotos antes nunca vistos. Y entonces llegaré yo como señor del universo. Cuando empiece a suceder todo esto, alegraos porque estará cerca
vuestra liberación... Cuando los almendros florecen, sabéis que el invierno se está acabando y se abre paso la primavera. Pues bien, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reinado de Dios. Os aseguro que el cielo y la tierra pasarán; pero mis palabras no pasarán. Estad preparados para ese momento: vivid de acuerdo a vuestras creencias; no os entreguéis a los vicios, ni a los excesos en la comida y en la bebida, ni a la codicia del dinero; sed solidarios con los demás y poned vuestra confianza en mí.
Uno de los agentes secretos grabó todas estas palabras de Jesús y fue luego a una comisaría de policía, para que las escucharan sus jefes.

Complot contra Jesús (22,1-6)
Cuando los jefes de la policía de Nueva York escucharon las palabras de Jesús, ya no tuvieron dudas sobre su persona: era un miembro secreto de algún comando terrorista, que buscaba la destrucción de la ciudad. Pero querían actuar con discreción, para no entorpecer el normal desarrollo del Congreso sobre Derechos Humanos. Adjuntaron a la grabación, la denuncia de los sacerdotes contra Jesús y llamaron por teléfono al director de la CIA. Minutos después, entró Judas en la comisaría. Los jefes lo recibieron de inmediato. Judas les dijo:
- Ya sé que ustedes buscan a Jesús. ¿Qué me ofrecen si se lo entrego? La verdad es que me ha decepcionado. No es la persona que yo esperaba... Yo les avisaré en el momento oportuno. ¿Cuánto me van a dar?
Los jefes de policía pensaron que era la oportunidad perfecta para detener a Jesús sin crear alarma social. Además, disponían de dinero para recompensas en caso de sospechas de terrorismo. Le dijeron a Judas:
- Si nos lo entrega en un lugar discreto, le ofrecemos treinta mil dólares.
A Judas le pareció una cantidad razonable y salió de la comisaría pensando cuál sería el momento y el lugar más idóneo para entregarles a Jesús.

La preparación del ‘Día de Acción de Gracias’ (22,7-13)
El ‘Día de Acción de Gracias’, fecha muy importante en Estados Unidos, coincidió con la celebración del Congreso. Al ser día de descanso, Jesús quiso adaptarse a las costumbres americanas y les propuso a los Doce cenar en casa de un gallego amigo de su familia, que residía desde hacía años en Nueva York:
- Vamos a celebrar juntos el ‘Día de Acción de Gracias’. Mi amigo Manuel ha viajado a Boston para estar con sus suegros y nos deja su casa, en la calle 42. Mateo, Felipe y Judas se encargarán de preparar lo necesario para la cena. Mientras tanto, los demás nos iremos al Central Park.

La última cena (22,14-38)
Llegada la noche, se fue Jesús con los Doce a la cena de Acción de Gracias. Al terminar, les dijo:
- ¡Cuántas ganas tenía de celebrar esta cena con vosotros antes de mi pasión! Porque ya no volveré a cenar con vosotros hasta mi segunda venida.
Los Doce no daban crédito a lo que estaban escuchando. Y Jesús, cogiendo una copa, dio gracias y dijo:
- Tomad, repartidla entre vosotros, porque no volveré a beber vino hasta que llegue el reino de Dios.
Después, cogió un pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo:
- Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced vosotros lo mismo en memoria mía.
A continuación, cogió una copa de vino y se la dio diciendo:
- Esta es la copa de la Nueva Alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros. Y uno de vosotros, cuyas manos están sobre la mesa, me va a entregar.
Los Doce se preguntaban unos a otros quién podría ser el traidor que lo iba a entregar. Poco después, surgió entre ellos una disputa sobre cuál de ellos debía ser considerado el más grande. Jesús cortó la discusión diciéndoles:
- Los políticos están deseando llegar al gobierno para mandar y ser los más importantes del país. Pero vosotros no. Al contrario, el que quiera ser el más grande entre vosotros, ha de hacerse servidor de los demás. Vamos a ver, ¿quién es más importante el que está sentado en un banquete oficial o el camarero? El que está sentado, ¿no? Pues bien, yo estoy entre vosotros como quien sirve... Vosotros os habéis mantenido a mi lado en los momentos difíciles y yo os confiero la realeza como mi Padre me la confirió a mí. Cuando yo sea rey, comeréis y beberéis a mi mesa y presidiréis el tribunal para juzgar a todos los hombres.
Todos se quedaron reflexionando sobre estas palabras. Luego, Jesús le dijo a Pedro:
- Pedro, esta noche vas a pasar por una difícil prueba. Pero yo he pedido por ti, para que no pierdas la fe. Y, cuando te arrepientas de lo que vas a hacer, confirma en la fe a los demás.
Pedro le contestó:
- Maestro, no voy a fallarte, siempre estaré contigo. Estoy dispuesto, incluso, a ir a la cárcel y a dar la vida por ti.
Pero Jesús le replicó:
- Pedro, te aseguro que hoy, antes de que amanezca, dirás tres veces que no me conoces.
Y dijo a los demás:
- Cuando os envié sin dinero ni provisiones por los pueblos de la Comunidad de Madrid, ¿os faltó algo?
- Nada ―le contestaron.
- Pues ahora coged vuestras maletas y, si podéis conseguir un arma, mejor; porque ha llegado mi hora.
Ellos le dijeron:
- Maestro, aquí en este cajón hay una pistola.
Jesús les dijo:
- Dejadlo ya. Vamos.

Traición y arresto (22,39-54)
De madrugada, salieron todos hacia el Central Park. Mateo se dio cuenta de que faltaba Judas; pero pensó que se había quedado en la casa para recoger los platos. Al llegar, Jesús les dijo:
- Pedid para ser fuertes y no ceder ante las dificultades.
Luego, se apartó de ellos unos metros y se puso a orar de rodillas diciendo:
- Padre, si quieres, aparta de mí este trago amargo... Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Los apóstoles, llenos de miedo y con mucho sueño, contemplaban de lejos a Jesús. Nadie más vagaba por los alrededores. Poco después, apareció una luz brillante alrededor de Jesús. Era Gabriel, que venía a darle ánimos. Pero la angustia de Jesús era tan grande que llegó a sudar gotas de sangre. Unas dos horas estuvo Jesús rezando y sufriendo. Después, se levantó y fue a avisar a los suyos; pero los encontró a todos dormidos y les dijo:
- ¡Despertad ya! Levantaos y sed firmes en la prueba.
En ese momento, se acercó un grupo de gente encabezado por Judas. Éste se dirigió a Jesús y lo abrazó. Jesús le dijo:
- Judas, ¿con un abrazo me entregas?
Los demás apóstoles se dieron cuenta de lo que iba a pasar y empezaron a dar puñetazos a los acompañantes de Judas. Pedro, incluso, sacó su navaja y le cortó la oreja a uno de ellos. Jesús intervino diciendo:
- ¡Basta! No es momento de peleas.
Y acercándose al herido, le tocó la oreja y quedó curado. Luego, dirigiéndose al grupo les dijo:
- Han venido ustedes a prenderme a altas horas de la madrugada, como si fuera un maleante. Todos los días he estado hablando aquí públicamente y no me echaron mano. Pero éste es el momento en que empieza a mandar el Mal.
Los agentes esposaron a Jesús y se lo llevaron a un lugar secreto. Los apóstoles salieron corriendo, amparados por la oscuridad de la noche.


Negaciones de Pedro (22,55-62)
Pedro siguió de lejos a Jesús; pero desistió cuando lo metieron en un coche. Entonces, se puso a pasear sin rumbo. En la Quinta Avenida se encontró con una prostituta que había acudido varios días a escuchar a Jesús. Ella se fijó en Pedro y le dijo:
- ¡Hola! Yo a ti te conozco. Te he visto varios días al lado de Jesús. Eres de su grupo, ¿verdad?
Pedro, enfadado, lo negó diciendo:
- No soy de su grupo, mujer. Ni siquiera sé quién es Jesús.
Y se alejó de allí rápidamente. Poco después, en la calle 42, se le acercó un mendigo y le dijo:
- Por favor, tú que ibas con Jesús, dame un dólar para comer.
Pedro le contestó:
- ¿Yo con Jesús? ¿Qué dices, hombre? No sé ni quién es... Y no llevo dinero.
Pedro siguió caminando a paso rápido, hasta que llegó al puente de Brooklyn. Allí, le paró un policía y le dijo:
- Sus documentos, por favor.
Pedro le entregó el pasaporte:
- ¡Ah! ¿es usted español? Como el famoso Jesús... Seguro que usted es un fan suyo.
- Sí, soy español; pero no sé quién es ese tal Jesús. ¿Vale?
Pedro empezó a cruzar el puente cuando hacía su aparición el primer rayo de sol. Entonces, se detuvo, cerró los ojos y vio en su interior el rostro de Jesús anunciándole las tres negaciones. Se apoyó en la barandilla y comenzó a llorar amargamente.

Jesús es interrogado y torturado (22,63-71)
Los agentes dejaron a Jesús con los ojos tapados en una habitación en la que sólo había una silla y un potente foco. Uno de ellos le preguntó:
- ¿Quién es tu jefe? ¿Quién te envía a Estados Unidos? ¿Cuándo os van a dar la orden de destruir Nueva York?... ¡Habla, asqueroso terrorista!
Los demás agentes también insultaron a Jesús e incluso varios de ellos le golpearon con una porra riéndose de él:
- ¡Terrorista profeta, adivina quién te ha pegado!
Cuando se hizo de día, acudieron a interrogar a Jesús el jefe de Policía de Nueva York y el director de la CIA:
- Mira, Nueva York está en alerta roja desde el 11-S. Así que dinos de una vez quién eres y quién te envía.
Jesús, muy tranquilo y con heridas en la cara y en los brazos, les contestó:
- Si se lo digo a ustedes, no me van a creer y si yo les hiciera preguntas, no me iban a contestar. Pero dentro de poco estaré sentado a la derecha de Dios todopoderoso.
Los dos jefes se miraron y le dijeron a Jesús:
- Entonces, ¿tú eres el hijo de Dios?
- Ustedes lo están diciendo, yo soy -respondió Jesús.
Ellos le dijeron:
- ¿Necesitamos más testigos? Lo acabamos de escuchar de tu boca. Te crees el enviado de Dios para propagar tu religión y hacer la guerra a los que no la profesamos. Tú y los tuyos no sois más que terroristas; como los que nos atacaron el 11-S. Y la silla eléctrica es el único destino de todos los terroristas

Jesús ante el Gobernador (23,1-5)
Entonces, los agentes llevaron a Jesús en helicóptero hasta Albany, para que lo interrogara el Gobernador del Estado. Previamente, el jefe de Policía le informó de todas las actividades y declaraciones de Jesús. Luego, el Gobernador le preguntó:
- Ya has oído los cargos que existen contra ti. ¿Qué tienes que alegar al respecto?
- Nada ―contestó Jesús.
El Gobernador no salía de su asombro:
- ¿Nada? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Admites, por tanto, tus declaraciones y actividades terroristas? Pero ¿quién eres?
Jesús respondió:
- Ya lo he dicho: mi Padre me ha enviado para establecer su reino en la tierra.
- ¿Te consideras rey? ―preguntó el Gobernador.
- Así es ―contestó Jesús.
El Gobernador estaba perplejo ante la situación. Por una parte, parecía evidente que estaba ante un terrorista; pero por otra, ante la inminencia de las elecciones, no le convenía una pena de muerte en su Estado. Decidió llamar por teléfono al Jefe del Estado Mayor del Ejército y así pasar a Jesús a la jurisdicción militar.

Jesús ante el Jefe del Ejército (23,6-12)
Los agentes llevaron otra vez a Jesús en helicóptero hasta la base militar de Fort Drum, donde se encontraba en esos días el Jefe del Estado Mayor del Ejército. Al llegar a su presencia, le hizo a Jesús una serie de preguntas sobre armamento y estrategias militares; pero Jesús se mantuvo en silencio durante el interrogatorio. Enfadado, el Jefe del Ejército ordenó que llevaran a Jesús a una celda de castigo. Y dijo a dos sargentos recién llegados de Irak -ambos habían tenido actuaciones muy discutibles en la prisión de Abu Ghraib- que se encargaran del terrorista. Después, telefoneó al Gobernador del Estado:
- He interrogado al terrorista, señor.
- ¿Ha sacado algo en limpio, general?
- Estoy seguro de que es un terrorista que ha venido a continuar lo que comenzaron el 11-S. Y eso no podemos permitirlo. Hay que hacerle un juicio sumarísimo y... a la silla eléctrica. Está claro.
- Pero, general, quedan unos meses para las elecciones y si firmo la pena de muerte, entonces...
- Precisamente por eso, Gobernador. Si firma usted la pena de muerte, saldrá reelegido. Los habitantes de Nueva York están muy sensibilizados después del 11-S y quieren castigos ejemplares para los terroristas.
- ¿Usted cree, general?
- Estoy completamente seguro. No lo dude, Gobernador.
- Bueno, si es así, que vaya el Juez de la Corte Superior... y si lo considera culpable, firmaré la sentencia.
- Será lo mejor para su carrera política, Gobernador.

Pasión y muerte de Jesús (23,13-49)
La celda donde encerraron a Jesús no tenía ventanas, ni mobiliario; sólo una columna en el centro y dos focos de gran potencia. Los sargentos desnudaron a Jesús, le taparon los ojos con un pañuelo y lo ataron a la columna, diciéndole:
- Ahora vas a confesar, asqueroso terrorista. Dinos: ¿quién es tu jefe? ¿cuántos sois? ¿dónde están tus colegas? ¿cuándo pensáis atacarnos? ¡Habla!
Jesús permaneció en completo silencio. Entonces, los sargentos comenzaron a golpearle con barras de hierro, mientras le seguían gritando que hablara. Así estuvieron un buen rato. Jesús sangraba por todas partes, pero no dijo una sola palabra. Los sargentos se burlaban de él diciéndole:
- No dices que eres el enviado de Dios. Pues entonces, sálvate a ti mismo.
Poco después, llegó el Juez de la Corte Superior de Nueva York y preguntó a Jesús:
- ¿Tú has dicho que vas a destruir esta ciudad?
Jesús permaneció en silencio.
- Callas, ¿eh? Luego lo has dicho... Y tú, ¿quién eres? ¿el rey de los terroristas?
- Sí, yo soy rey; pero mi reino no es de este mundo.
- ¿Lo habéis oído? Es el rey de los terroristas; quería inmolarse y pasar al otro mundo...
El Juez llamó por el móvil al Gobernador:
- Señor, está claro; es un terrorista peligroso que quería cometer otro atentado contra Nueva York. No hacen falta más pruebas. Y, para evitar problemas mayores, es preferible ejecutar la sentencia cuanto antes.
El Gobernador firmó la sentencia de muerte y, poco después, dos policías escoltaban a Jesús hacia la silla eléctrica. Uno de ellos le insultaba; pero el otro, viendo el estado en que se encontraba Jesús, le dijo:
- No entiendo lo que están haciendo contigo. No eres como los demás reos. Pareces inocente.
Jesús les contestó:
- Muchachos... os perdono. Además, os digo que hoy uno de vosotros estará conmigo en el cielo.
Los policías ataron las manos de Jesús a la silla eléctrica. El que lo había insultado, riéndose, comentaba:
- Si eres de verdad rey e hijo de Dios, haz el milagro de apagar todo el estado de Nueva York y así te librarías de la silla eléctrica...
Luego, cerraron la puerta de la cámara y se retiraron. Poco después, uno de ellos murió en accidente de circulación cuando regresaba a su casa.
El Juez dio la señal y el verdugo accionó la palanca. Jesús, entonces, viendo que se acercaba su hora, exclamó:
- ¡Padre, en tus manos encomiendo mi alma!
Y dicho esto, expiró. El verdugo, asombrado de su entereza, comentó:
- Me da la impresión de que este hombre era inocente.

Sepultura de Jesús (23,50-56)
Dos empleados lavaron el cuerpo de Jesús, lo envolvieron en una sábana limpia y lo metieron en un féretro. Más tarde, el Jefe de la CIA avisó al cónsul español en Nueva York, para que se encargara de repatriar el cuerpo.:
- Señor cónsul se trata de un terrorista peligroso. El asunto debe tratarse como secreto de Estado, sin notificaciones a la prensa.
El cónsul arregló rápidamente los papeles y el féretro salió en el primer vuelo a Madrid. Previamente, había comunicado por teléfono a María, la madre de Jesús, que su hijo había fallecido en un desgraciado accidente de tráfico.
María, acompañada en todo momento por su prima Salomé y por Magdalena, recibió el cuerpo de su hijo en el aeropuerto de Barajas y lo enterró en el cementerio de Parla, en una tumba de mármol, regalo de un senador amigo de Jesús.

Resurrección de Jesús (24,1-12)
Al día siguiente, Salomé y Magdalena se encargaron de avisar a todos los familiares y amigos de la muerte de Jesús; porque el cónsul había aconsejado a María que no publicaran ninguna esquela en los periódicos. Los primeros en acudir a la casa de María fueron Juan y Santiago. Acababan de llegar de Nueva York y le informaron a María de todo lo que realmente había ocurrido. María cerró los ojos y murmuró:
- Señor, ya sabía que Jesús tenía que sufrir mucho antes de morir; pero que se haga tu voluntad, Dios mío.
Más tarde, fueron llegando los demás apóstoles y amigos de Jesús para dar el pésame a María. Salomé y Magdalena atendieron a todos con solicitud hasta muy avanzada la noche. Muy de mañana, quisieron llevar flores a la tumba de Jesús; pero como era domingo estaba todo cerrado. Sin embargo, se acercaron al cementerio. Al llegar, se encontraron la tumba abierta y el féretro vacío. Asustadas, se estaban dirigiendo al tanatorio para dar parte de lo ocurrido, cuando se les presentaron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron:
- ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Jesús no está aquí. Ha resucitado. Ya había anunciado en varias ocasiones que resucitaría al tercer día, pero nadie le entendió.
Las dos mujeres, muy sorprendidas, regresaron rápidamente a casa de María y allí explicaron a todos lo que habían visto. Los apóstoles no acababan de creerse lo que contaban las mujeres. Pedro y Juan, sin avisar a los demás, fueron al cementerio y comprobaron que era cierto lo que habían dicho las mujeres. Perplejos y pensativos, volvieron a casa de María.

Los discípulos de Guadalix (24,13-35)
Ese mismo día, dos discípulos de Jesús se fueron a su casa de campo en Guadalix. Iban conversando en el coche sobre la extraña muerte de Jesús, cuando decidieron parar a tomar un café. En la barra del bar siguieron hablando sobre Jesús. De pronto, un hombre que estaba al lado intervino en la conversación:
- Perdonen que les interrumpa, pero me interesa el tema sobre el que están hablando. ¿Quién era ese Jesús, cuya vida tanto les apasiona?
Los dos se quedaron algo extrañados, pero aceptaron que entrara en la conversación. Uno de ellos, llamado Daniel, le dijo:
- Debe ser usted el único en todo Madrid que no ha oído hablar de Jesús. Su actividad como maestro ha sido muchas veces tema de comentario en periódicos y revistas.
El hombre preguntó:
- ¿Y qué ha hecho ese señor? Por favor, cuéntenme.
Daniel le contestó:
- Pues mire usted, Jesús fue un maestro distinto a todos los demás. A nosotros nos dio clase en Villaverde y nos gustó desde el primer día. Tenía un carisma especial y una inteligencia impresionante. Podía hablar de cualquier tema con una profundidad asombrosa. ¡Ah! Y lo más importante es que, además, hizo muchas curaciones inexplicables para la medicina. Nosotros fuimos testigos de algunas de ellas y no podíamos dar crédito a lo que estábamos viendo. Pensábamos que era un auténtico hombre de Dios, quizás el Mesías, y esperábamos grandes cosas de él. Pero, lamentablemente, todo se acabó: ha muerto hace tres días. Bien es cierto que unas mujeres de nuestro grupo fueron esta mañana muy temprano a su tumba y la encontraron vacía. Y unos hombres de blanco les dijeron que Jesús había resucitado. También fueron al cementerio dos de nuestros líderes y confirmaron lo que habían dicho las mujeres; pero a Jesús no lo ha visto nadie.
Entonces, el hombre les dijo:
- ¡Pero qué discípulos tan poco aventajados son ustedes! ¿Acaso no han leído la Biblia? Allí se dice que el Mesías tenía que padecer mucho antes de entrar en el cielo. Y allí se dice también que su cuerpo no conocerá la corrupción y que...
Daniel le interrumpió:
- Perdón, señor, nosotros vamos a Guadalix. ¿Y usted?
- También voy para allá. Estoy esperando el autobús ―dijo el hombre.
Los dos le invitaron a ir con ellos en el coche, para seguir la interesante conversación. El hombre aceptó. Durante el viaje, siguió citando pasajes de la Biblia referentes al Mesías. Daniel y su amigo lo escuchaban impresionados. Cuando llegaron a Guadalix, le rogaron que se quedara a almorzar con ellos. El hombre entró en la casa y, cuando se sentaron a la mesa, tomó el pan, lo partió y se lo ofreció. En ese momento, los dos discípulos se dieron cuenta de que ese hombre era Jesús; pero él desapareció repentinamente. Entonces comentaron:
- ¿Verdad que estábamos emocionados mientras nos hablaba durante el viaje? Pues sí que hemos tardado en reconocerlo...
Y levantándose de la mesa, regresaron inmediatamente a Madrid. En el Centro de Villaverde les dijeron que estaban todos reunidos en casa de María. Se dirigieron a Parla y allí encontraron a los apóstoles y a otros compañeros que comentaban:
- Es cierto: Jesús ha resucitado y se le ha aparecido a Pedro.
Ellos contaron lo que les había pasado camino de Guadalix y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Jesús se aparece a los discípulos (24,36-49)
Todavía estaban hablando los discípulos de Guadalix, cuando se presentó Jesús en medio del grupo y les dijo:
- La paz con vosotros, hermanos.
Todos se asustaron, pensando que se trataba de un fantasma. Pero Jesús les dijo:
- ¿Por qué estáis asustados? Pero ¿no veis que soy yo? Tocadme, mirad mis manos, mis pies. ¿Acaso los fantasmas son de carne y hueso como yo?
Como aún no se lo acababan de creer y no salían de su asombro, les dijo:
- ¿Tenéis algo de comer?
Le ofrecieron pan y queso y comió delante de ellos:
- ¿Veis? Los fantasmas no comen... ¿Pero cómo es posible que no recordéis lo que os dije cuando estaba con vosotros? Os hablé en varias ocasiones de todo lo que tenía que sufrir antes de mi muerte y de que al tercer día resucitaría. Pero ya veo que entonces no me entendisteis.
En ese momento, sopló sobre ellos y les enseñó de un golpe la correcta interpretación de la Biblia. Y les dijo:
- Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará al tercer día y en su nombre se predicará el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todos los pueblos. Vosotros sois testigos privilegiados de todo esto. Por eso, os voy a enviar dentro de poco el gran regalo que mi Padre os tiene reservado. Y después, iréis por todo el mundo anunciando la buena noticia a la humanidad entera.
Jesús se apareció a los suyos en diferentes ocasiones a lo largo de cuarenta días. Los fue reconfortando y preparando para la gran misión que les había encomendado.

Ascensión de Jesús al cielo (24,50-53)
Llegado el momento de su partida, Jesús se fue muy temprano al cerro de los Ángeles, acompañado por los apóstoles. Allí les volvió a prometer que en breve recibirían la fuerza del Espíritu Santo. Luego, los bendijo, se despidió de cada uno con un fuerte abrazo y empezó a subir. Los apóstoles se quedaron embobados viéndolo ascender, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Con una mezcla de tristeza y alegría comenzaron a bajar del cerro.

- - - - -